Este documental que fue filmado en más de diez países tiene justamente en esta proeza su máximo interés. No hablamos del rodaje, sino del hecho de que la cumbia haya podido ser rastreada, interpretada, disfrutada o descubierta en Argentina, Bolivia, Perú, Colombia, Chile, pero también en Brasil, Portugal, Japón, Camboya, Vietnam y Filipinas.
En Argentina hemos asociado a la cumbia con expresiones muy acotadas, pasando por alto gran parte de su sofisticación y variedad. Si alguien dice que le gusta la cumbia en base solo a lo que conoce de Argentina, entonces se sorprenderá con la película de manera absoluta. Lo mismo si detesta la cumbia local. El equipo de rodaje, en un idea práctica y económica, está compuesto por gente que a su vez es música. Filman e interpretan la cumbia.
Para cuando la película llega a Japón, el espectador ya aprendió mucho sobre el género, pero allí se encontrará con las mayores sorpresas. Tal vez la película se vuelva muy larga y solo algunos puntos podrán atraer más allá de la música. Pero en su genuina exploración del género que ama, el director al menos se gana el derecho a decir que cumplió con lo que prometía.