París, 1897. Edmond Rostand es un joven dramaturgo con gran talento. Pero todo lo que ha escrito ha sido un fracaso y ha entrado en crisis. Gracias a su admiradora, la gran actriz Sarah Bernhardt, conoce al mejor actor del momento, Constant Coquelin, que insiste en interpretar su próxima obra. No solo eso además quiere estrenarla dentro de tres semanas. El gran problema para Edmond es que todavía no la tiene escrita. Solo tiene el título: Cyrano de Bergerac.
Luego de muchas adaptaciones de la obra, esta película encara en tono de comedia el proceso que llevó a Rostand a escribirla. Sin ningún atisbo de realismo y con muchas ganas de entretener, la película es insólitamente ligera y divertida. Pero aun siendo así, consigue emocionar hasta las lágrimas incluso cuando lee las escenas finales del texto o las interpretan en la obra. Eso habla de la habilidad de los realizadores y también de la potencia inmortal de Cyrano de Bergerac. Para cerrar bien arriba, escenas de las principales adaptaciones se suceden en los títulos finales. Mejor homenaje, imposible.