Si El kiosco se estrenara en 1989 parecería una película antigua, abarrotada de lugares comunes, sepultada en costumbrismo pasado de moda y mal ejecutado. Estrenada en el año 2019 es simplemente algo que no se termina de entender. No es que sea el único ejemplo de esta clase de cine, hay muchos ejemplos de costumbrismo en el cine argentino, pero aunque ninguno funcione, al menos tienen una eficacia mayor o un poco más de potencia dramática.
Mariano (Pablo Echarri) invierte todos los ahorros de su retiro voluntario para comprar el kiosco de Don Irriaga, del que tiene un recuerdo idealizado de su infancia. Pero el viejo kiosquero lo estafó: están a punto de construir un túnel para pasar por debajo de la vías del tren y la calle será cerrada por al menos nueves meses. Sin tránsito, el kiosco está condenado al desastre. Mariano, su esposa artista plástica (Sandra Criolani) y su pequeña ven tambalear toda su vida, incluso arriesgando su propia casa.
Esta tragicomedia intenta buscar el humor, la emoción y el drama sin conseguir nunca su cometido. Dos o tres pequeñas ideas y algún chiste funciona un poco, pero la sensación de artificio y escenas forzadas que se suceden a lo largo de la película hacen que eso difícilmente sea suficiente. Momentos realmente muy ridículos sin intención debilitan cualquier posible identificación con el protagonista. Y tampoco la película se gana la lógica como para un final emocionante como muchas películas han sabido ganarse.
La nobleza y la honestidad en un mundo de traiciones y miserias es un tema que la película intenta tocar, pero no es tan fácil hacer algo así que funcione. No es tanto ese mensaje lo que falla en la película, sino la manera en que está armada la historia. Y a esta altura creer que un actor como Pablo Echarri es capaz de sostener a un personaje como el de Mariano es por lo menos no estar muy conectado con su carrera y sus posibilidades. El costumbrismo de la película es tan obvio y subrayado que genera algo de vergüenza ajena, aunque no tanto como la banda de moda adolescente que marca una subtrama paralela y le da un toque extra de ridiculez definitivo.