Tres generaciones se encuentran en una casona campestre para pasar allí las fiestas de fin de año. El espacio abierto resulta de todas maneras claustrofóbico a medida que van surgiendo los reclamos familiares, las cuentas pendientes y las tensiones sexuales de algunos de los integrantes de la reunión. El calor agobiante vuelve todo aún más tenso e inquietante.
El trabajo de dirección, la fotografía y el montaje le dan a la película una calidad visual digna de mención, pero no hay nada en la historia que resulte novedoso o marque una diferencia para construir una película que se vuelva interesante. La sensación de lo ya visto, tanto en el cine argentino como en, por ejemplo, el cine francés –tan cercano a esta clase de historias en esta clase de espacios- va en contra de las situaciones que se suceden.
Pero más que el guión el problema son los actores, que deciden hacer un trabajo en el sentido menos interesante del término actuación. Distancian y no suman, parecen preocupados por su intensidad y no confían en el impecable trabajo de la cámara para contar la historia. Jugando en diferentes tonos, la parte técnica de la película se luce y la actoral no.