Arquitecto exitoso, polémico, hedonista y encantador personaje, Rodolfo Livingston merece una película y, curiosamente, todavía tiene mucho para enseñarnos sin haber cambiado él en nada.
Su sentido del humor, sus ideas políticas, su genialidad, sus épocas de figura mediática (compárese con los mediáticos actuales), todo eso está en el documental. Grandes y pequeñas historias, muchos momentos bellísimos pueblan esta película.
Aunque Livingston fluctúe entre su defensa de la libertad y su amor por la brutal dictadura castrista, esas contradicciones no están escondidas en la película, ni tampoco son juzgadas. Pero con respecto aparece algo brillante en el gran material de archivo del documental. Un viejo tape muestra un debate entre Livingston y Bernardo Neustadt. Sus ideas son por momentos diametralmente opuestas, luego coinciden en algo, pero en ambos casos están ambos sentados en un programa de televisión, debaten sin gritar, se escuchan y no pretenden imponerse a la fuerza. Sin saberlo, o tal vez sí, la película muestra que hubo épocas más civilizadas, donde se podía conversar como seres humanos.
Lo mismo le pasará al espectador con la película. Aunque no coincida con Livingston en muchos aspectos, lo respetará y escuchará. Luego podrá decidir o no si acepta sus ideas, pero al menos las expresa de forma clara y sincera.