Primera Guerra Mundial. En el frente occidental, el general británico Erinmore (Colin Firth) encomienda a los cabos Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman), una misión urgente. Deberán entregar un mensaje decisivo al coronel MacKenzie (Benedict Cumberbatch). Para realizar esta misión deberán abandonar la trinchera a plena luz del día y avanzar por el campo francés ocupado por los alemanes. Solo disponen de unas pocas horas para cumplir su cometido. Si no llegan a tiempo, 1.600 soldados perderán la vida, entre ellos el hermano de uno de los dos jóvenes soldados.
La primera mitad de 1917 tiene el impacto que uno podía imaginar y que en definitiva es el motivo de promoción de la película. Un film que transcurre en la Primera Guerra Mundial realizado con todo el presupuesto imaginable y con una idea de puesta en escena que produce una inmersión que al comienzo tiene un gran valor. Con los efectos especiales y toda la técnica a disposición para narrar, en planos secuencias pegados de forma invisible, como es la vida en las trincheras. Aunque se nota que el recurso se agota rápido, el impacto está y la idea de mostrar lo largas y complejas que eran las trincheras está perfectamente lograda. Tiene golpes de efecto algo obvios pero la tensión se sostiene. Aunque en esta primera mitad ya se nota que no tendría nada de malo terminar los planos secuencia con un corte normal. El deseo de lucirse del director está por encima de su sentido común.
Pero incluso antes de la primera mitad, empezamos a cansarnos de la idea del no corte. Un plano secuencia es una escena completa contada con un solo plano, sin cortes. 1917 insinúa que va a contar dos horas completas sin esos cortes, es decir que seguirá al protagonista en tiempo real durante dos horas sin cortar nunca. Obviamente hay trucos para que no veamos los cortes y son realmente invisibles, excepto un par, que rompen el tiempo real de forma absoluta y definitiva.
A los 50 minutos de película la lista de arbitrariedades aumenta escena tras escena. Ya nos acostumbramos al código del plano secuencia y comenzamos a pensar en otra cosa, comenzamos a pensar en la película. Las sorpresas y la potencia del comienzo se terminaron. Quedan algunos golpes de efecto, pero se le terminó la energía. Y justo en la mitad se produce la elipsis más tramposa de todo 1917. El protagonista cae en un enfrentamiento y pierde el conocimiento. Cuando despierta ha pasado el tiempo, se hizo de noche, nos evitamos el problema del atardecer y todo el concepto de tiempo real que la película más o menos llevaba con algo de dignidad, desaparece. Nos lanzamos entonces a un espectacular trabajo de fotografía mientras se acumulan tres o cuatro disparates más. 1917 se terminó, no le queda más nada para ofrecer, solo un par de apariciones estelares donde Benedict Cumberbatch se lleva la peor parte. Cumberbatch debe posar en un encuadre horrible, solemne y torpe. Cuando Sam Mendes para su cámara ya no sabe qué hacer con ella.
La historia del cine está llena de planos secuencia y son excelentes trucos de marketing también. A los críticos les encantan, sean buenos o malos, y desde films de acción a películas intimistas han hecho los más variados planos secuencia a lo largo de las décadas. Pero Sam Mendes no puede disimular, detrás del ambicioso equipo que lo rodea, que no tiene mucho para decir y que por enamorarse de su idea, descuida la narración que la película necesita. Nadie podrá decir que se equivoca, este recurso lo lleva a las puertas del Oscar por segunda vez, todo un síntoma de la mediocridad de estos premios. Cuando arrancan los planos secuencia vemos la cámara que se mete en la trinchera, sigue a los dos protagonistas por detrás, luego encuentra la manera de adelantarse y los filma de esa manera, luego vuelve a estar atrás. Nada fluye, todo es: “miren lo que hace la cámara”. El anti clasicismo del director depende del director de arte, el vestuarista, los efectos visuales y sonoros y el director de fotografía más el manejo de la cámara que logra este con su equipo.
La dedicatoria de Sam Mendes a su abuelo al final de la película podrá ser completamente sincera, pero es un gesto de un nivel de demagogia que le da el último empujón para ganar premios. El año pasado se estrenó una maravilla documental llamada Jamás llegarán a viejos (They Shall Not Grow Old, 2018) de Peter Jackson. Allí podrá encontrar todo lo que 1917 es incapaz de contar. La emoción, la complejidad, la profundidad y la crudeza de la Primera Guerra Mundial. Las comparaciones no son odiosas si se trata de ver buen cine y también recomiendo Caballo de guerra (2011) de Steven Spielberg, un ejemplo de como la puesta en escena no debe ser un capricho, sino un verdadero ejercicio artístico y narrativo. Y finalmente Gallipoli (1981) de Peter Weir, donde algo de la historia que aquí se narra también se repite: dos jóvenes deben entregar un mensaje en las trincheras y no tienen mucho tiempo para hacerlo. No traeremos más películas para mostrar que 1917 es una película que no merece figurar entre lo más digno del cine.
El final de la película muestra por enésima vez el deseo de Sam Mendes de lucirse. No ha dicho absolutamente nada sobre ningún tema, excepto cuando pone a dos personajes en silencio mirando en direcciones contrarias (la mencionada escena con Cumberbatch), y llega al final con un cierre simétrico con el comienzo. No significa nada, salvo un cierre pomposo y vacío. Si la película hubiera sido en plano secuencia (fingido o no) y tiempo real, al menos se podría decir haber dicho que tenía una idea formal para plasmar en la pantalla, pero como la ha traicionado ni eso le queda. Ese es el problema de los directores que se preocupan por el porvenir y no por el cine que tienen frente a ellos. Una película que arranca con cierto interés pero que sucumbe a un insólito número de arbitrariedades que le quitan todo rigor. Sin novedad en el cine, se podría decir.