COMO UNA IMAGEN
Julio Cortázar, en su novela Rayuela, ponía en boca de La Maga un comentario cuya elocuencia se acerca bastante a lo que Julie Delpy le hace decir a través de la voz en off a Marion, el personaje que ella misma interpreta en 2 días en París, e incluso a lo que Delpy, como directora, construye con su película. “Partís del principio -dijo La Maga-. Qué complicado. Vos sos como un testigo, sos el que va al museo y mira los cuadros. Quiero decir que los cuadros están ahí y vos en el museo, cerca y lejos al mismo tiempo. Yo soy un cuadro, Rocamadour es un cuadro
esta pieza es un cuadro. Vos creés que estás en esta pieza pero no estás. Vos estás mirando la pieza, no estás en la pieza”.
Este mecanismo acerca de la distancia que algunas personas establecen respecto de las cosas o de los acontecimientos es el mismo que Marion le reprocha a su novio, Jack (Adam Goldberg), un joven diseñador americano con quien se apresta a pasar dos días en su ciudad de origen, Paris, luego de un viaje juntos por Italia. Jack es un aficionado a la fotografía, a diferencia de Marion que es fotógrafa de profesión. Esa afición que Jack demuestra por transformar cada instante de la vida juntos en una foto es lo que irrita a Marion, pues ella siente que eso lo convierte en una especie de observador o testigo más presto a encuadrar los momentos en imágenes que en disfrutar de la experiencia de vivirlos. Y este planteo que 2 días en París nos hace ya desde el inicio, a partir de las reflexiones en off de su personaje femenino, es en definitiva el encuadre mismo de toda la película, un relato autoconsciente acerca del amor y de las relaciones de pareja.
Las fuentes de las que bebe Julie Delpy en este largometraje, que vale a la pena aclarar no es el primero que dirige, son tan claras como obvias, aunque la importancia y solidez de las mismas no disminuyen el resultado final en donde se nota que Delpy ha logrado imprimir su marca autoral, al contrario, le otorgan al film esa impronta reconocible de cierto tipo de cine. Es así como se pueden identificar los universos ficcionales tanto de Woody Allen como de Eric Rohmer. Dos directores para quienes el poder de la palabra es central en sus películas, pues es a través del uso del lenguaje que sus personajes ser relacionan, generando una tensión o contrapunto a partir de aquello que dicen y aquello que desean. En ese punto de intersección entre ambos estratos, el racional y el emotivo, es donde busca situarse esta joven directora para edificar esta historia de amor con algo más de elocuencia que de romanticismo. Una gran diferencia, aún con las proximidades o semejanzas que al espectador le parezca hallar, entre 2 días en París y Antes del atardecer -film en el que el Delpy ofició de co-guionista, además de actriz-, pues en esta última se imponía la tensión amorosa entre los dos protagonistas por encima de cualquier elucubración racional respecto del amor, el deseo o la pareja que éstos pudieran hacer a través de sus diálogos. Aquí, en cambio, Delpy prefiere tomar distancia y se pone en el lugar del observador de los cuadros, una decisión que inevitablemente aleja a la historia de amor de la posibilidad de generar empatía. Sin embargo, ese espacio queda cubierto por la cuota de humor inteligente que atraviesa el relato y que se convierte en el gran generador de sentido.
A ello contribuye también el hecho de que el personaje de Jack sea un “extranjero” en París, pues su mirada irónica y su puesta en cuestión de ese statuo quo al que no pertenece permiten un interesante esbozo de análisis crítico de la idiosincrasia de la sociedad francesa post Mayo del ’68. Un reclamo acerca de cierta hipocresía que sobrevuela a una generación que abandonó las filas del hippismo irreverente por las de la cómoda burguesía, o el sexo libre por las pantuflas y el batón, y que Delpy elige ubicar de manera bastante sintomática en la figura de los padres de Marion (sus propios padres en la no-ficción).
Esta sumatoria de contrapuntos entre temas culturales, idiomáticos, generacionales y amorosos da como resultado final una película que acierta en la distancia a tomar para teñir de inteligente y suspicaz humor las situaciones que narra, aunque quizás debiera haberse acercado a la intimidad de una pareja sin la afectación de mirarlos sólo como una imagen o como un cuadro, sino atreviéndose a nadar sus ríos metafísicos sin necesidad de teorizarlos. Una simpática historia a la que le alcanzan las palabras pero le falta el amor.