Cine Oriental

El niño y la garza

De: Hayao Miyazaki

El niño y la garza (Kimitachi wa dô ikiru ka, Japón, 2023) es la nueva película del cineasta japonés Hayao Miyazaki. Cómo pocos cineastas en la historia del cine su obra está tan presente que apenas si se nota que pasaron diez años entre su último largometraje y que el se estrena ahora. Es verdad que lleva al menos seis años trabajando en esta película, por lo que tampoco es que salió de su retiro. Más de una vez Miyazaki anunció que su obra había llegado a su fin, pero siempre regresó por una película más. Miyazaki, de ochenta y tres años, es un cineasta veterano, lo que afecta el tiempo de su minucioso trabajo artesanal, pero no los resultados en la pantalla. Cada nuevo estreno de Hayao Miyazaki es un evento cinematográfico de los que hay muy pocos. Uno de los grandes maestros de todos los tiempos y posiblemente el mejor director de animación que haya existido todavía está produciendo obras maestras y eso es algo que vale la pena ver.

Muchos directores han contado historias acerca de su infancia. De forma directa o indirecta, realizadores como Federico Fellini, Ingmar Bergman, Woody Allen, Pedro Almodóvar y más recientemente Alfonso Cuarón, Steven Spielberg y Kenneth Branagh han buscado en su propia vida material para su cine. Es posible que siempre lo hayan hecho, pero específicamente han elegido contar su propia vida. Hayao Miyazaki ya había hecho esto con anterioridad pero acá parece querer concentrarse en un momento traumático de su vida, a la vez que se permite abrazar la esperanza y la luz, aunque claro, está hablando siempre del pasado.

Miyazaki nació en Tokio en 1941, en plena guerra mundial, pero previo a los bombardeos sobre su ciudad. El niño y la garza altera un poco la vida del director, mezcla fechas y eventos y arranca con la traumática muerte de la madre del protagonista, que muere en un hospital en el cual estaba internada cuando se produce un ataque aéreo. Ninguno de estos eventos ocurrieron como se cuentan aquí, pero eso el espectador no tiene porque saberlo ni le afecta en lo más mínimo. Lo aclaramos acá para demostrar que antes que un historiador, Miyazaki es un cineasta.

El protagonista, Mahito, tiene ya doce años cuando su padre viudo lo saca de la ciudad y lo lleva a vivir en las afueras. Lo primero que conoce al llegar al nuevo hogar en medio del campo es a su madrastra, hermana menor de su madre muerte, nueva esposa de su padre. Respetuoso y callado, Mahito se conmociona silenciosamente cuando descubre que su nueva madre está embarazada. En la casa también viven siete ancianas que parecen siete enanitas sacadas del clásico de Walt Disney. Pero la vida en la campiña tendrá un giro inesperado cuando una garza que habla le diga a Mahito que su madre está viva y que si entra en una torre abandonada cercana, podrá rescatarla.

Los elementos autobiográficos que se asoman aquí son muy parecidos a los de Mi vecino Totoro (1988), una de las obras cumbre de la animación universal. De hecho está narrando la misma historia, con la diferencia de que aquí se pone mucho más complejo y críptico a la hora de narrar el elemento fantástico que irrumpe. También es cierto que la fantasía surge luego de un fuerte golpe en la cabeza, así que al igual que La dama desaparece (1938) de Alfred Hitchcock, queda un margen de error para una interpretación distinta. Acá hay una madrastra en peligro y la madre muere al comienzo de la historia. Mahito sufre pesadillas por su pérdida y lo alejado que vive su padre, siempre ocupado en su trabajo, lo deja sólo frente a una aventura que podría salvar a su madrastra, recuperar a su madre y tal vez salvar al mundo como lo conocemos. Pero no todas las citas a Mi vecino Totoro son tan lineales. Un ejército descomunal de cotorritas gigantes habita en el otro mundo y lo único que quieren es comerse a todas las criaturas vivientes. Todas ellas buscan alimento para cocinar y todas marchan con elementos filosos en sus manos para matar a su posible futura comida.

El comienzo de El niño y la garza parece apuntar en una dirección realista por sus temas y la forma en la cuál Miyazaki los narra, pero no pasa mucho tiempo antes de que entremos en el más puro universo de fantasía, como suele ocurrir en su cine, como se ve en su película más famosa, El viaje de Chihiro (2001). Cualquier otro cineasta hubiera elegido otra forma de narrar su infancia, pero el corazón de Miyazaki está justamente en darnos ese mundo bello, alocado y sorprendente a cambio de poder reflexionar acerca de nuestros peores temores. Una película sobre la muerte, la pérdida, la angustia que nace desde la infancia y el camino de aprendizaje para poder sobrevivir, madurar y crecer. No hay discurso aleccionador, todo es poesía narrada con libertad y belleza.

El título original de la película es ¿Cómo viven? y se basa en la novela del mismo nombre publicada en 1937, Kimitachi wa Dō Ikiru ka, escrita por Yoshino Genzaburō. Aunque el estreno de la película hizo explotar las ventas del libro y debió ser reeditado, se trata de una adaptación muy libre de dicho texto. Esta nueva producción del Studio Ghibli, distribuida por la Toho Company tuvo una forma de lanzamiento muy particular. El productor, Toshio Suzuki, decidió llevar adelante una inusual campaña previa al estreno. No hubo tráiler ni avance algunos, así como tampoco fotografías, tan sólo un poster y eso fue todo. Miyazaki estaba preocupado por este tema pero confió en Suzuki. El resultado fue notable, la película tuvo un éxito sin precedentes. Los seguidores naturales del director dieron charla y discutieron las semanas previas y todos concurrieron a las salas. La circulación en festivales y cada estreno confirmaba la calidad de la película y en cada país que se estrenó fue un enorme éxito también. No se trató de un acto de excentricidad, sino más bien de una idea de marketing que aquí funcionó muy bien.

Miyazaki es fiel a su estilo y su forma de ver el mundo. Es un autor tanto en lo estético como en sus ideas. Su concepción de la animación puede parecer fuera de moda, pero lo cierto es que es un mundo en sí mismo, no precisa de épocas o estilos que la respalden. Ni en Japón ni en Estados Unidos se concibe la animación de la misma forma hoy en día. Alejado de la violencia y el chiste demagógico, su cine se para en un lugar diferente. Claro, la búsqueda industrial de crear un éxito al año o más precisa una maquinaria que no se lleva con el cine artesanal y de autor de Miyazaki. Pero cuando uno ve El niño y la garza todas las películas de animación de los últimos años parecen superficiales, feas, vacías. Como cualquier maestro, Miyazaki nos hace sentir, mientras miramos sus películas, que su forma de hacer cine es la única correcta. La capacidad que tiene para expresar sentimientos e ideas en imágenes no deja de asombrar. Tal vez eso es lo que lo mantiene tan vigente, usa la animación en favor de maravillarse, de crear mundos, de sorprender con herramientas nobles que no han sido fabricadas para darle al espectador placer vacuo y efímero. En Miyazaki el alma de las cosas puede sentirse. Una hoja, un pie que pisa el barro, una mirada, una brisa e incluso un olor son capaces de transmitirse con una fuerza que casi nadie puede alcanzar. Sus fantasías son absolutamente auténticas. Sus temas son universales y trascendentes.

El niño y la garza tiene muchos elementos cuyo significado tal vez se nos escape en una primera visión o tal vez nunca tengas respuesta. A diferencia de Mi vecino Totoro la historia suena a despedida. Hayao Miyazaki se pregunta quien sostendrá el mundo en la siguiente generación. Qué futuro le espera a la humanidad. Su obra y su legado ya se han establecido. Por suerte muchos de los que lo admiran no buscan imitarlo, porque eso sería imposible, pero todos reconocen su maestría. No hay queja aquí, el cine de Miyazaki no sólo sigue siendo brillante, original y profundo, también es popular. Sus películas llenan las salas del mundo, su mensaje está más vivo que nunca.