UN LARGO Y SINUOSO CAMINO
Hay películas que parecen iluminadas, una conjunción de detalles que combinados producen obras fantásticas, inexplicables en apariencia, pero irresistibles para todos los espectadores. Hay otros films, como el que acá analizamos, que buscan convertirse en eso desde el vamos, y que, cuando no lo logran por pecar de pretenciosos, resultan doblemente molestos. El curioso caso de Benjamin Button cuenta la historia de un personaje que nace anciano y cuyo cuerpo de bebé responde a las características de un hombre de 80 años. A medida que pasan los días y los años, Button no envejece, sino que rejuvenece. Se vuelve cada vez más joven, recorriendo el camino inverso de sus seres queridos y todo aquello que lo rodea. Promesa interesante si las hay, la película sin embargo no consigue justificar con esta única premisa su larguísimo metraje ni su despliegue de producción. Es posible que el director, David Fincher, no sea el más indicado para contar esta historia. El realizador de Seven, El club de la pelea y La habitación del pánico, famoso por la potencia violenta de sus imágenes y por cierta tendencia “fascistoide” en cada guión, no logra dar con el tono, y su marca personal no se asoma más que en la paleta de colores que predomina en la película. Hacia la mitad del metraje el film parece volverse eterno y se ve perjudicado por la combinación de elementos ya muy vistos en otros films, como por ejemplo Forrest Gump y Titanic. Todos esos films, curiosamente, no son homenajeados aquí, por el contrario, de ellos sólo se han tomado elementos más generales, que parecen -aunque no podemos asegurarlo- elegidos con habilidad para que sumados puedan dar como resultado el prestigio, los premios y el éxito que dichos films obtuvieron en su momento. No es del todo justo reclamarle a una película su parecido con otras, pero cuando nos aburre, nos deja insatisfechos y con la sensación de que algo en ella no funciona, es natural -entonces- que esas similitudes surjan como una manera de encontrar algo que explique los motivos por los cuales las cosas no salen bien. Para peor, Brad Pitt, su protagonista, quien cada vez que se sale de su gestualidad habitual se convierte en un concierto de sobreactuación, intenta aquí realizar un trabajo contenido pero a medida que rejuvenece, su papel se vuelve menos creíble y menos interesante. Tal vez sin quererlo, la película demuestra -por accidente- que la juventud y la sabiduría son una contradicción de términos, y por eso la credibilidad del film se ve debilitada cada minuto un poco más. Ni él, ni el director David Fincher logran hacernos creer las escenas románticas, que resultan empalagosas desde lo visual y que dejan al film a la deriva de forma inesperada. Una película no puede ser evaluada por sus ambiciones, sino por sus resultados. La extraña vida de Benjamín Button fracasa no por lo que promete, sino por aquello que finalmente plasma en la pantalla durante sus dos horas y cuarenta y seis minutos de duración.