La séptima película de la serie de Transformers ofrece el mismo espectáculo ensordecedor de siempre pero con un poco menos de gracia y alegría que de costumbre. La acción transcurre en el año 1994 y la humanidad está en peligro. Un joven rebelde que no consigue trabajo a pesar de su legajo militar y una arqueóloga que no es reconocida por sus superiores unen sus fuerzas para salvar al mundo cuando se ven metidos en medio de un antiguo conflicto que se relaciona con tres facciones de transformers: los Maximals, los Predacons y los Terrorcons. Los jóvenes ayudan a Optimus Prime y los Autobots en una guerra para proteger la Tierra ante la llegada de Unicron. O sea, un día de oficina en el mundo de los juguetes es Hasbro.
Mucho ruido metálico y un despliegue de producción que perdió la irresponsabilidad estética y algo camp de las películas anteriores. No hay estereotipos de belleza y los héroes son latinos o afroamericanos. No importa, no será la diversidad lo que rescate a un guión que llega a un terreno conocido y no le aporta nada nuevo. Algún chiste allá, algún plano acá, y una película larga que baja y se pierda. Sólo para fanáticos incapaces de renunciar al vil metal.