UNA RELACIÓN PARTICULAR
El personaje de Michael Berg en “El lector“, la exitosa novela que el alemán Bernhard Schlink escribió en 1995, reflexiona en un momento lo siguiente:
“Y el pasado al que llegué a través de mis estudios era tan vívido como el presente. No es cierto, como pueden pensar quizá los que ven el asunto desde fuera, que ante el pasado tengamos que limitarnos a observar, sin participar, como hacemos en el presente. Ser historiador significa tender puentes entre el pasado y el presente, observar ambas orillas y tomar parte activa en ambas”.
Esta reflexión, que Schlink le hace decir a su personaje sobre la última cuarta parte del libro, es parte de las cavilaciones de un hombre de leyes que ha decidido dejar de ejercer el Derecho desde el ámbito del litigio (ya como abogado de parte, como fiscal o como jurista) para entregarse en un principio a la docencia y, luego, a la investigación de la historia del Derecho.
En El lector, la película dirigida por el realizador inglés Stephen Daldry y basada en la novela homónima, Michael Berg (Ralph Finnes en el papel del personaje adulto) se dedica a ejercer la profesión como abogado defensor.
Este pequeño detalle que quizás parezca anecdótico a simple vista, no resulta tal al momento de pensar ambas obras -película y libro- a la luz del tema que las subyace, un ejercicio que no se puede evitar cuando uno ha leído el libro con anterioridad a haber visto el film.
Veremos por qué.
La historia narrada es prácticamente la misma en ambos casos. Michael es un joven adolescente que de manera casual conoce a una mujer bastante mayor que él, de quien sólo sabrá su nombre: Hanna (Kate Winslet en la mejor interpretación artística de su carrera). Entre ellos se establece una relación de un erotismo muy particular, que surge de la combinación explosiva del sexo y de las palabras. Hanna inicia a Michael en la sexualidad adulta, desinhibida y desenfrenada, a la par que Michael inicia a Hanna en el universo de la literatura. Entregados a la lujuria del conocimiento de los cuerpos y al placer que destilan las grandes obras literarias que el joven lee para Hanna en cada encuentro, atraviesan juntos el verano del año `58 en la ciudad de Berlín. Luego, y sin explicación alguna, Hanna desaparece de la vida de Michael, abandonando el amor a su suerte. Siete años después, Michael vuelve a verla cuando acude, en calidad de estudiante de Derecho, a un juicio contra cinco mujeres acusadas de ser responsables de la muerte de varias personas en un campo de concentración nazi; allí descubre que Hanna es una de las criminales. A partir de ese momento, se revela frente a los ojos de Michael no sólo la verdadera identidad de su ex amante, sino también un universo de espanto del que prácticamente desconocía su existencia como consecuencia del silencio de sus padres y de gran parte de una sociedad renuente a sanarse las heridas lamiendo sus propias ulceraciones purulentas.
Una historia con un argumento complejo en matices que la película, sin embargo, logra respetar y encausar en un sentido y con un tono bastante similar al del libro, gracias a una meticulosa rigurosidad en la organización del relato y en el tratamiento de los materiales de los que se sirve. Lo que le permite alcanzar varios instantes de gran sutileza discursiva, como la escena en que Michael cena con su familia inmediatamente después de haber mantenido su primer encuentro sexual con Hanna, un momento en el cual el espectador puede sentir la condición de extrañeza que para el joven han cobrado de golpe los objetos cotidianos.
Pero así como el film acierta en la transmisión de algunas impresiones, en otras no puede cobrar el vuelo que el tema requiere, pues por procurar instalarse en un lugar seguro -desde donde no pueda ponerse en duda su innegable intención de condenar un tema indudablemente condenable como el del Holocausto-, pierde algo de la introspección a la que el Schlink somete al personaje de Michael con el intricado entramado de dilemas morales que lo asalta en su madurez. Porque en definitiva El lector -tanto libro como película- lo que busca es hacer foco en esa grieta que se abrió entre las generaciones que participaron -ya desde un lugar activo como desde un lugar pasivo- de una barbarie brutal como fue el nazismo, y las que vinieron después, con quienes debieron -de una manera u otra- interactuar haciendo o no salvedad respecto de la puesta en cuestión de sus propias acciones durante ese período negro de la historia alemana (y del mundo). Pero el film pone en primer plano a un Michael en disputa con sus sentimientos, y de cuya contienda surge un hombre impedido de establecer un vínculo de pareja intenso y perdurable. El libro, en cambio, da un paso más allá y expone al personaje a un arduo enfrentamiento con su profesión. Michael no puede ni desea ejercer la abogacía después de haber presenciado el juicio en el que Hanna es condenada, no sólo por sentirse afectado por los sentimientos que había albergado hacia ella durante años, sino por considerar que cualquiera de los roles en que el abogado se desempeña, como Fiscal al acusar, como Defensor al defender o como Juez al juzgar, son tareas de una gran simplificación. Por eso se refugia en la investigación de la historia del Derecho, más específicamente en la época del Tercer Reich, para poder observar desde allí ambos márgenes, pasado y presente, y tender entre ellos los puentes necesarios para dotar de algún sentido a la andadura de la historia del Derecho. Aun cuando tiempo después no pueda evitar que el peso de la realidad se hunda sobre la fragilidad utópica de su idealismo, y comprenda de una vez que no existe el concepto de progreso en la historia de los ordenamientos legales, sino un eterno movimiento con o sin sentido, con o sin provecho. Un movimiento análogo al que hace Ulises en la Odisea, el libro que Michael relee en su adultez y que graba en cintas que luego envía a la cárcel en donde se aloja Hanna.
Estos razonamientos complejos y, por momentos, de una fuerte abstracción, que asaltan a Michael en “El lector” son deudores de la prosa de un escritor que comparte el oficio literario con el de jurista. A ello quizás se deba que el libro posea una profundización en la temática un tanto por encima de la que alcanza la película. Sin embargo, a pesar de esta carencia, que sólo se hace perceptible al comparar ambas obras, El lector logra introducirnos en los espacios que se abren en esa relación tan particular que se gesta entre un pasado hiriente y un presente malherido, entre una generación que parió el horror y otra que debió aprender a convivir con la presencia de las bestias y las sombras de sus muertos.