Un pequeño pueblo en las afueras de Quebec sufre una rara transformación. Las personas comienzan a atacarse como zombies convirtiendo todo en un baño de sangre. Cualquiera puede ser el próximo agresor o la próxima víctima. Ese es el comienzo de Los hambrientos, una película que muy pronto estará en Netflix, como ocurre en otros países donde ya se consigue en esa plataforma. Tal vez allí pueda el espectador dedicarle un poco más de atención a un título al que el cine hoy le queda un poco grande. Para los apasionados del cine de zombies y afines, la película tendrá un interés estadístico, ya que querrán anotarla en su catálogo como un ejemplo más dentro de la enorme cantidad de cine y series alrededor de esta temática. Que sea canadiense podría darle un toque de distinción sobre otros títulos, pero no hace más que recordarnos a un gran maestro del cine de terror llamado David Cronenberg. Hay mucho del director de Shivers (1975) y Rabid (1977) en esta película. Pero lo que en Cronenberg resultaba natural, acá aparece impostado. La puesta en escena es muy autoconciente y sus recursos de cine menos clásico no le juegan nada a favor. Su narrativa no resulta original, sino poco sólida, tampoco su parecido con el director mencionado o The Wicker Man (1973) de Robin Hardy le suman. Lograr ser una película misteriosa, inquietante, perturbadora, es algo que se logra con un trabajo más minucioso, no con largos planos sin ritmo combinados con golpes de efectos repetidos hasta el hartazgo. El caos de las primeras escenas es lo único destacable, así como algunas imágenes sueltas pero que no justifican de ninguna manera considerar a esta película relevante dentro del género.