DISTINTA, PERO IGUAL
La característica fundamental de toda la serie fílmica de Harry Potter es la ausencia total de una mirada exterior a la de la autora de los libros. Todas y cada una de las películas no son más que ilustraciones de lo escrito por J.K. Rowling. Es por ello que, exagerando un poco, pero sin alejarnos mucho de la verdad, podríamos decir que esbozando un acercamiento crítico a cualquiera de los films de la saga en cuestión, estaríamos haciendo también abordaje crítico a la saga toda, y que lo dicho sobre una de las películas podría ser aplicado casi sin modificaciones a todo el resto. Esta afirmación, que puede sonar un poco arbitraria, y que podría ser tomada además como un gesto de pereza de quién escribe estas líneas, no es más que una conclusión a la que se llega luego de contemplar la totalidad de las entregas fílmicas, así como también tras haber leído todos los volúmenes de la historia del joven mago. Así las cosas, ¿qué podemos decir entonces sobre Harry Potter y el misterio del Príncipe? ¿Hay posibilidades de descubrir algún elemento diferenciador, alguna particularidad? Hagamos el esfuerzo y veamos qué resulta.
En primer lugar, siguiendo lo expresado en el párrafo anterior, debemos señalar que no hay rasgos estilísticos diferenciadores en esta nueva entrega, y que el resultado final -satisfactorio o no- depende exclusivamente del material original. En este sentido, entonces, la naturaleza argumental de esta entrega, donde cobra fuerza el despertar hormonal de los adolescentes y la autora ya no abusa tanto de los elementos mágico-feéricos, hace que la historia no resulte tan pesada y que no haya tantos recursos efectistas cuya razón de ser es su simple efecto sorpresa (que en el cine se traduce como abuso de efectos especiales). Un buen ejemplo son las secuencias de quidditch, el deporte que practican los jóvenes magos, que aquí se resuelven en pocos planos, sin que se nos someta al vértigo de decenas de adolescentes volando en escoba, como pasaba en alguno de los anteriores capítulos, donde a fin de cuentas prevalecía el impacto de los FX por sobre la épica deportiva. Esta economía de recursos es tal vez el único gesto particular que podemos encontrar en esta séptima entrega, y si bien es muy poco, ayuda a que la experiencia sea más soportable, y que el traspaso a ese mundo paralelo que todo film representa sea menos violento. Y así la verosimilitud del universo imaginado por Rowling está un poco más cerca. Pero sólo un poco. Como decíamos, esto no se debe al aporte del director, sino a características propias de la versión literaria del volumen en cuestión. El resto, el fondo de toda esta historia, sigue igual, inalterable: la lucha del Bien y el Mal, degradada ya no desde su esfera teológica, sino desde lo fantástico hasta lo mágico, terreno en el cual el simbolismo desaparece para que su lugar sea ocupado por lo alegórico.
Entonces, respondiendo las preguntas planteadas en el primer párrafo, concluyamos diciendo que este nuevo Harry Potter tiene algún pequeño, pequeñísimo, rasgo distintivo, pero en definitiva, sustancialmente, sigue siendo la misma fallida experiencia cinematográfica de siempre.