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El Decamerón (2024)

De: Michael Uppendahl

Es muy posible que muchos de los espectadores que tenga la miniserie El Decamerón (Estados Unidos, 2024) se los haya proporcionado la película de Pasolini del año 1971 y no tanto el libro de Boccaccio. No es por quitarle mérito al escritor, sino porque la idea de una adaptación remite claramente al clásico film italiano. La miniserie produce también un gran deseo de volver sobre la película. Como era previsible, unos pocos minutos del episodio inicial bastan para entender que las separa un abismo. Y no es que alguien pretenda que una miniserie norteamericana del año 2024 se parezca a una película italiana del año 1971. El mundo de Pasolini, muchas veces imitado pero jamás igualado, no puede ni debe ser copiado en el presente. Uno quisiera, eso sí, una miniserie de una calidad mínimamente digna. No es lo que pasa en estos intolerables ocho episodios.

El medioevo parece más moderno que el presente cuando uno ve estas cosas. Boccaccio justamente abría una puerta nueva, llegando a escandalizar a la iglesia en los años posteriores a la publicación de su obra cumbre. Lo mismo ocurría con la película de Pasolini del año 1971. La algarabía hedonista y su libertad, eran un equivalente cinematográfico a Boccaccio y no tardaron en alzarse las voces en su contra. Irónicamente, el director italiano no pudo evitar que su gran obra fuera el puntapié inicial de una serie de comedias picarescas de baja calidad. Tan enojado quedó por lo que provocó su Trilogía de la vida (El Decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches) que cerró su filmografía filmando Saló: o lo 120 días de Sodoma (1975) una obra que el sistema no se pudo comer. La miniserie se aleja también de Boccaccio y Pasolini porque su afán de crear algo trascendente o profundo es completamente nulo. Personajes dicen sus diálogos y una cámara los filma. ¿Para qué? Nadie lo sabe.

La miniserie está más cerca de una sitcom de esas que se cancelan en la temporada 1 por ser demasiado fallidas o de una telenovela mala al estilo Bridgerton con su agenda demagógica y su cobardía estética y temática. Pero incluso encontrando su propio tono, el material de base le podría haber dado tela de sobra. Tomemos el caso de Lujuria en el convento (2017). Una adaptación de una de las historias de El Decamerón. Esta película juega con los códigos del presente y a la vez hace una relectura divertida de Boccaccio. Claro, tiene mejores guionistas y mejores actores. El elenco de El Decamerón (2024) respira falta de vida en cada escena y su esfuerzo por hacer gracioso un guión que no lo es, los pone en una situación extremadamente vergonzosa. Nada más triste que un actor haciendo gestos graciosos para señalarnos que debemos reírnos. Pero lo más irónico es que además de imponer su agenda ideológica, la miniserie impone también los miedos puritanos de las nuevas generaciones, más cerca de la Inquisición que del arte. Ver al elenco atrapado en esa villa en medio de la campiña, tratando de resumir todo en una única locación, insinuando una libertad sexual que no es tal, parece ser más una crítica al terror actual a jugarse por algo que a una manera auténtica de recrear un clásico. Hoy Boccaccio y Pasolini producen el mismo efecto que en su momento y la miniserie solo nos hace sentir que estamos frente a una enorme pérdida de tiempo y dinero. Pasolini dijo: “Escandalizar es un derecho, ser escandalizado es un placer”. Para los creadores de la miniserie El Decamerón, no hay nada que se acerque a esto. Por lo pronto, parece que en algún lugar alguien pensó que La peste negra podría servir de alegoría sobre la pandemia de Covid. Y alguien, aunque parezca mentira, le dijo que sí a este proyecto insulso y aburrido.