TRES VERSIONES DEL AMOR
Tres escenas claves conforman el comienzo de El secreto de sus ojos. La primera es una despedida de una pareja, un momento romántico, exacerbado por una puesta en escena nada clásica, que permite aumentar los sentimientos de ambos personajes. La segunda es el desayuno de una pareja feliz que comparte un momento ideal, simple y perfecto. Su puesta en escena es sencilla y su iluminación, casi naïf. La última escena tiene como protagonistas también a un hombre y a una mujer, se trata de un violento ataque sexual, en el que lo que le oímos decir a la mujer nos indica que se conocen. Esta sangrienta escena está filmada de forma nerviosa, como un thriller, como un film de terror. ¿Tres versiones sobre la pareja? ¿Tres géneros distintos? Lo cierto es que las tres escenas no están pegadas entre sí en el montaje, sino que están unidas por un hombre que escribe estas historias. Y si bien lo que estas escenas muestran parece ser muy distinto entre sí, está claro que son las tres posibilidades que este personaje (el que las escribe) está eligiendo para comenzar su relato. El secreto de sus ojos expone, en sus primeros minutos, un complejo y ambicioso esquema de juego. Y en las siguientes dos horas, la película demostrará que está a la altura de tales ambiciones. A partir de ese esquema, tan sutilmente planteado al inicio, sabemos que el viaje que comienza será a través de un personaje que, con sincera humildad, no se considera un artista, aunque encontrará en el arte -de la escritura, en su caso; del cine, en lo que a la película refiere- una manera de entender y de darle forma a aquello que habita en lo más profundo de su ser. El secreto de sus ojos es un viaje por la naturaleza misma del amor, al tiempo que es una reflexión acerca de las posibilidades del arte para entender esa naturaleza. Todos los recuerdos, todas las imágenes del film están teñidas por la ambigüedad de la representación. La memoria misma se manifiesta subjetiva e intencionada. La película se abre a muchas lecturas que no se anulan entre sí, sino que, por el contrario, se potencian.
De todas las formas posibles de hacer cine, el film de Campanella elige la más compleja: la de hacer un cine artístico y comercial a la vez. No se refugia en el entretenimiento vacío ni en la seguridad de un cine cerrado, destinado a muy pocos espectadores con la capacidad y el conocimiento para poder entenderlo. No. Campanella busca conmover, movilizar y convencer en todos los niveles, al hacer convivir en una misma película diferentes capas de lectura. Por eso El secreto de sus ojos puede leerse de muchas maneras y, por eso también, cumplir con variados niveles de expectativa por parte de los espectadores. La historia, contada con claridad y simpleza, es también un sofisticado tejido en el cual el espectador sigue una historia que combina una historia policial con una historia -o varias historias- de amor y una poderosa carga de melodrama que anuncia la tragedia desde el comienzo. Sin embargo, en su dual condición de protagonista y a la vez creador, Benjamín Espósito (Ricardo Darín) usará la historia para sí mismo y, con brillante inteligencia, el film encontrará la manera lógica de hacer de la tragedia una liberación y, sin que esto le juegue en contra, crear más de un final para la historia. Hay más de un final porque hay más de una historia. Y a su vez, hay más de un final porque el arte de contar historias nos abre puertas para poder entender nuestra vida desde otro ángulo. El arte nos permite viajar al lado más oscuro de nuestro ser y salir ilesos, con la lucidez de haber entendido, aunque sea un poco, aquello que somos. El secreto de sus ojos mezcla entonces ingredientes atractivos, nos lleva por universos que incluyen los grandes temas universales que nos pasean por lo más alto y lo más bajo del ser humano a lo largo de dos horas, y se da el lujo, incluso, de anunciarse -desde el comienzo-como una construcción. En su condición de film comercial, la película también necesita tener una cuidada dirección de arte, un buen vestuario, una calidad técnica impecable y, por supuesto, un guión firme, una buena banda de sonido y, finalmente, un grupo de excelentes actores profesionales que dan todo su talento para que la película sea lo que es. No todos los films precisan actores profesionales, y no todos los directores pueden lidiar con ellos. Campanella logra acá potenciar el talento de todos ellos. Si Darín no necesita más presentación, es doble su mérito por seguir siendo él y a la vez componer un personaje nuevo. Darín realiza en El secreto de sus ojos una de sus mejores actuaciones. Soledad Villamil, la actriz más carismática del cine argentino contemporáneo, consigue la actuación de su vida, al componer a un personaje difícil de querer en la teoría y muy sencillo de amar en el transcurso del film. Guillermo Francella, aunque todos parezcan repetirlo automáticamente sin haberlo pensado mucho, hace un trabajo elogiable no sólo por su versatilidad, sino por su capacidad de darle una infinita humanidad a un personaje cuyo patetismo lo hubiera convertido en una bomba de tiempo en manos de cualquier otro actor. Es mérito de Campanella que Pablo Rago y Javier Rodino compongan personajes que, como los otros -pero tal vez un poco más- puedan ser entendidos en función del guión, ya que sólo se pueden comprender a partir de lo que significan dentro de la trama y en su relación con el protagonista. No es exagerado decir que los demás roles secundarios son todos perfectamente interpretados y, cómo no decirlo, que José Luis Gioia sorprende y maravilla en un rol para el que parece haber nacido. Estos elogios no deben ser tomados a la ligera. Hacer una película que emocione, que haga reír, que impacte, que haga pensar, que movilice al espectador sin subestimarlo, es una tarea compleja y encierra un gran riesgo. Riesgo que Campanella asumió y del cual salió más que airoso. Y este riesgo incluye, por supuesto, la secuencia del estadio de Huracán, realizada increíblemente con un solo plano, en uno de los planos secuencia más extraordinarios de la historia del cine mundial y, por supuesto, el más grande que se haya hecho en la historia del cine argentino. Aunque incluye también muchas escenas no tan llamativas, pero igualmente maravillosas. En la sutileza de los colores rojos que rodean a Irene, devenidos en un blanco de novia hacia el final de la trama. En el fantástico detalle que Espósito viejo pueda piropear a cuanta mujer se le cruce, pero no pueda piropear a la única que ha amado realmente en la vida. En el inolvidable monólogo de Sandoval (Francella) acerca de la pasión, justo antes de la escena del estadio. En la muerte de ese personaje, en donde no sabemos si el heroísmo es tan grande como lo piensa el protagonista, porque de ser así lo compromete a seguir adelante.
La historia de El secreto de sus ojos es una historia de amor. Pero, como bien lo dice la propia película, no es una historia de amor leve y demagógica. Es una historia de amor en la que el protagonista vive y a la que nunca ha podido renunciar. No es un crimen aquello que lo obsesiona, tampoco es el no saber quién es el culpable lo que no le deja dormir. Lo que habita en su corazón es ese amor que nunca ha podido encontrar su camino. El temor -como bien escribe él en un papel mientras duerme- de que el amor de su vida se esfume de sus manos para siempre. Vuelve a buscar el amor y no sólo eso, viene a explicar ese amor y a decirle a la persona amada acerca de ese amor. Cuando Benjamín Espósito e Irene Hastings se reencuentran, ambos están de vuelta de la vida. Pero aun les queda un asunto pendiente. Y ese asunto, su historia de amor “imposible”, es la película. El protagonista le ofrece a ella una reflexión -por escrito: mitad novela, mitad expediente- acerca del amor. El asesinato al que vuelve el protagonista es una interpretación del amor. Tres versiones distintas sobre la pasión. Por un lado, tenemos el personaje del asesino, que -al igual que Benjamín con Irene- aparece en todas las fotos mirando a la mujer que es objeto de su amor y su deseo. El asesino es primitivo, monstruoso, irracional, destruye literalmente aquello que ama. Se deja llevar por sus impulsos. También Benjamín es impulsivo y también tiene deseo sexual, pero sus impulsos están controlados y racionalizados. El asesino desconoce las reglas sociales, lo que le servirá, a la vez, para ser reclutado como asesino en un grupo de tareas. Por otro lado tenemos al marido de la víctima, que representa para Benjamín el amor ideal, la perfección inalcanzable en un mundo imperfecto. Ese amor sin límites y perfecto -y con el objeto del amor y del deseo definitivamente idealizado a partir de su desaparición física- produce en Espósito un interrogante permanente. El asesino y el viudo, que representan lo más bajo y lo más sublime, son partes del propio corazón del protagonista, y sus acciones -y el análisis de las mismas a partir de la escritura- son un reflejo de sus propios deseos reprimidos. A partir de ahí, todas las escenas -que no dejan por esto de pertenecer al policial o al film político- se resignifican, y entonces podemos ver, en cada situación que el protagonista observa, ecos de sus propios sentimientos. La sexualidad reprimida de su vínculo con Irene, que aflora de forma intencionalmente impactante durante el interrogatorio, es un ejemplo perfecto. Y el propio Benjamín convence a su amada Irene de que vuelva a abrir el caso a partir de que eso los reúna finalmente en un amor ideal, todopoderoso como el que él le cuenta a ella que siente el viudo de la víctima. Por eso el final, extraordinario, es una metáfora sobre lo dicho. Asesino y viudo se alojan definitivamente en un espacio oscuro y alejado, oculto, sepultados metafóricamente del mundo. Benjamín los ha sacado a la luz para entenderse a sí mismo, y ahora vuelve a colocarlos bajo la superficie, en su inconsciente -si quisiéramos hacer una lectura psicoanalítica. Luego Irene y Benjamín se reencontrarán y la puerta del estudio -comentario leit motiv dentro del film- se cerrará y quedaremos afuera. Con un gesto pudoroso y clásico, el director nos indica que lo que allí ocurre es privado. La historia de ellos comienza y la película termina. Los espectadores hemos tenido el privilegio de convivir con el proceso de toma de conciencia de ese amor. De ese pequeño y gigantesco paso que hay entre el temer y el amar.