El hombre que amaba los platos voladores es una película argentina basada en un hecho real, la historia del periodista José de Zer y el evento que cambió su carrera para siempre, así como también los códigos de la televisión de su país. Esta aclaración no es necesaria para los que vivieron aquellos años pero es imprescindible para todos los demás, porque la historia de la película hoy no es tan recordada como otros hechos de aquellos años. Tal vez lo más vivo de la historia de José de Zer sea la frase que solía decirle a su asistente: “Seguime, Chango, seguime!” como un Don Quijote televisivo detrás de una fantasía alocada que sólo él y su fiel Sancho Panza camarógrafo podían llevar adelante. El periodista de espectáculos de larga trayectoria un día recibió un ofrecimiento raro: en un pequeño pueblo de la provincia de Córdoba hay un pastizal quemado en medio de los cerros. El periodista es invitado para que cubra la noticia. ¿Se trata de un contacto extraterrestre o una excusa para llevar turismo al lugar? A José de Zer no le importa, él solo ve la posibilidad de inventar la mentira más grande jamás contada. La ética periodística no es parte de la ecuación. Bueno, un poco lo es, pero no para él, sino para el canal de televisión para el que trabaja.
La película no es ni una comedia alocada al estilo Anchorman ni tampoco una crítica salvaje sobre la manipulación en los medios como Network. Es la biografía de alguien que tuvo su momento de gloria al crear una ficción en medio de la nada y trabajar para que todos se sumaran a la mentira sin el menor remordimiento. El director y guionista Diego Lerman elige ser respetuoso de José de Zer confiando en que lo disparatado de lo que ocurrió alcanza para festejarlo y criticarlo a la vez. Mentiroso e inescrupuloso, al menos sus mentiras eran para divertir y no para servir a intereses oscuros. Una vez más, la película sirve tanto para el que conoce la historia como para todos los que la desconocen. Sirve perfecto como entretenimiento y es una perfecta candidata a recibir una remake norteamericana de alto presupuesto.
Diego Lerman sabe que debe ilustrar con una estética fea y televisiva acorde al registro de falso documental con el cual se registraron las ideas originales. Pero previo a eso muestra elegancia y oficio para filmar con clasicismo y estilo todo el prólogo antes de llegar al lugar de los falsos extraterrestres. O no tan falsos, claro, porque hay que jugar al juego de la película. El protagonista, Leonardo Sbaraglia se luce en el mismo tono de respeto y confirma que cuando hace comedia es más efectivo que cuando desayuna bronce y nos quiere decir que es un actor importante. De esa ligereza inteligente está hecha El hombre que amaba los platos voladores.