TAN CERCA Y TAN LEJOS
“Un cuento de Navidad” es una pieza narrativa cuya perfección a esta altura es innegable. Esa perfección no sólo está dada por la universalidad y precisión de la historia, sino también por la prosa extraordinaria de uno de los escritores más grandes que hayan existido: Charles Dickens. Aclaremos, sin embargo, que “Un cuento de Navidad” no es lo mejor que ha escrito Dickens, ni su obra más sofisticada y notable. Poco importa, está claro, mientras que uno está disfrutando de este inolvidable relato. Su estructura perfecta, dividida en tres actos, parece ser, como luego lo interpretaría el padre del lenguaje cinematográfico, David W. Griffith, sobre la obra general de Dickens, la base de todo relato cinematográfico. No está mal que Zemeckis, quien está buscando dar el gran salto a nuevas formas cinematográficas recurra entonces al mismo autor. Robert Zemeckis siempre fue un cineasta preocupado por la técnica. Sus películas, en mayor o menor medida, impactaban entre otras cosas por las búsquedas formales donde la tecnología avanzaba para ayudar a la puesta en escena. Virtuoso como pocos, Zemeckis tiene ya clásicos del cine, como Volver al futuro, ¿Quién engañó a Roger Rabitt?, La muerte le sienta bien, Forrest Gump, Naufrago y Beowulf, entre otros. Su búsqueda de la digitalización de imágenes completa aquí una trilogía comenzada por El expreso Polar y Beowulf -una obra maestra aun por descubrir para muchos espectadores- y que aquí se completa con Los fantasmas de Scrooge. La primera de las tres era para chicos; la segunda, para adultos, y ya comenzaba además la exploración en 3D. Ahora, con este nuevo film, el 3D ya está funcionando a pleno, mostrando su inmenso potencial para el futuro del cine.
La historia de Los fantasmas de Scrooge es demasiado conocida como para volver a contarla aquí y, tal vez, eso sea un problema. Narrar una de las historias más conocidas del mundo siempre puede jugarle en contra a un director, y aunque el libro de Dickens hoy no sea tan leído como hace 50 años, lo cierto es que aun sigue siendo un leído, y las innumerables versiones que se han hecho para cine y televisión le quitan, por lo menos, ciertas emociones genuinas que sólo le pertenecen a la ingenuidad. No es excusa, siempre se puede volver a emocionar con una historia bien contada. Y los minutos iniciales de Los fantasmas de Scrooge conmueven. Y lo hacen por dos motivos: el primero: por su retrato de un Londres de la era industrial, lleno de miseria y hambre, con imágenes que hablan de una sociedad donde los marginados estaban más marginados que nunca. No parece una imagen antigua, parece el presente. Tal vez esto sea algo para tener en cuenta, como siempre en Zemeckis, un cineasta particularmente interesado en trabajar discurso a muchos niveles. Por el otro lado, lo que conmueve es la calidad técnica de esa tercera dimensión, cuya capacidad de mostrar nos va sumergiendo en otro mundo. No sólo objetos que van a cámara, sino un fino trabajo de profundidad de campo que excede las dos dimensiones. Pero a ese trabajo preciosista, por momentos arrebatador, y al uso nada complaciente del cine digital para mostrar un mundo sórdido, la película no le proporciona un crecimiento dramático acorde. Será todo sorpresa y fascinación para quienes desconozcan la historia, pero poco queda para quienes hayan seguido el relato de Dickens durante años, tanto en el texto original como en las adaptaciones. Raro es el efecto, más bien distante, de esta nueva obra de Robert Zemeckis que plantea una obvia, pero no por desacertada, idea de que mientras las imágenes se acercan a nosotros, los sentidos pueden quedarse cada vez más lejos.