Peliculas

VIVIR AL LIMITE

De: Kathryn Bigelow

SOLO VIVIMOS UNA VEZ

Los primeros meses del año son los más fuertes en lo que a premios de la industria cinematográfica refiere. Y si bien los premios no deciden los méritos de un film, sí colaboran a que éstos entren en la historia del cine. Ayudan pero no hacen milagros. Muchos films ganadores del Oscar a Mejor Película han sido olvidados y ni hablar de los premios a Mejor Dirección. Es cierto, los premios no nos dicen necesariamente si una película o un director son buenos, aunque es una gran satisfacción saber que a veces se premian a los mejores films y a los mejores directores. Vivir al límite (The Hurt Locker es el título original) de Kathryn Bigelow se merece ambos premios, y si los gana no sólo se habrá premiado al film y a su realizadora con justicia, también se habrán logrado -aunque esto no debe ser tomado como el motivo de premiación- dos reivindicaciones, diferentes entre sí, pero igualmente importantes. Vayamos primero a estas cuestiones y luego pasemos al análisis de la obra de Bigelow y de Vivir al límite.

1. La cuarta es la vencida.
Los Oscar ya llevan 81 entregas, la del 2010 será la entrega número 82. No siempre hubo cinco directores nominados por año pero más o menos se puede calcular la cantidad de nominaciones. En estos 81 años sólo tres mujeres fueron nominadas a Mejor Dirección. En 1977 Lina Wertmuller (Pascualino siete bellezas, 1975), en 1994 Jane Campion (La lección de piano, 1993) y en el 2004 la primera directora norteamericana en recibir nominación, Sofía Coppola (Perdidos en Tokyo, 2003). Obviamente ninguna ganó ni tampoco eran fácil la competencia. Tanto Campion como Coppola se llevaron en sus manos el Oscar a Mejor Guión. No estamos aquí juzgando cada premio en particular, sino la sumatoria de los premios y lo que nos dice la ausencia de mujeres directoras en las nominaciones. Lo que nos dice es obvio, que las mujeres no han tenido el espacio que se merecen en la historia del cine en lo que a dirigir films se refiere. A las pioneras de la historia del cine (previas al Oscar) les siguió Dorothy Arzner, la gran directora y prácticamente la única, antes de la Segunda Guerra Mundial, del Hollywood clásico. Entre sus películas más importantes y significativas se encuentran: The Wild Party (1929), Tuya para siempre (Merrily We Go to Hell, 1932), Hacia las alturas (Christopher Strong, 1933), La esposa de Craig (Craig’s Wife, 1936), Matrimonio y señorío (The Bride Wore Red, 1937), Baile y pasión (Dance, Girl, Dance, 1940). A partir de los 60 se generó un cambio que llegaría de lleno al cine industrial en los 80, cuando se les dio mayor espacio a la mujeres directoras. Pero fue demasiado el optimismo para lo que finalmente se logró, porque no fue dentro de la industria donde se les permitió desplegar su arte, sino en el ámbito del cine independiente, por su condición de ser un espacio en donde el riesgo económico es menor. Y ahí está la clave de todo: donde está el dinero y el poder, las mujeres no dirigen. Cierta hipocresía de la industria, porque muchas mujeres producen; aunque tampoco las mujeres productoras han logrado, por ejemplo, ganar el Oscar a Mejor Película en solitario. En ese grupo de mujeres que entraron en Hollywood en los 80 estaba Kathryn Bigelow, quien demostró, desde el comienzo, poseer un talento superlativo. Si Bigelow llegara finalmente a recibir su Oscar, lo hará por su trabajo en un film, pero a la vez se convertirá en la primera mujer en ganar el Oscar a la Mejor Dirección. Ese camino que la llevó hasta allí fue peleado durante décadas por muchas mujeres directoras, aunque la más emblemática de todas es Dorothy Arzner.

2. Una larga historia de cine puro

Alfred Hitchcock nunca ganó el Oscar a Mejor Director, Howard Hawks tampoco. Alcanzan estos dos nombres para esbozar una teoría acerca de qué tipo de cine no gana premios. Pensemos también en Raoul Walsh, Fritz Lang, Anthony Mann, Don Siegel, todos realizadores que podrían conectarse con la mirada del cine que tiene Kathryn Bigelow, y que, en general, no reciben nunca el prestigio de un premio como el Oscar. En el cine contemporáneo, directores como John Carpenter o Michael Mann también padecen el mismo problema, aun siendo directores muy valorados entre los expertos. Ni hablar de directores como George A. Romero o incluso Tim Burton, tan aferrados a los géneros. A otros como Steven Spielberg les llegó el momento cuando hicieron films como La lista de Schindler; o a Robert Zemeckis con Forrest Gump o, un fuerte competidor de Bigelow este año, James Cameron, por Titanic. Y aun queda muy bien, en algunos ámbitos, no ser prestigioso o quedar al margen de la Academia, lo cierto es que hay una tendencia a desvalorizar por, parte de la industria, los films que, paradójicamente, explotan a la perfección las posibilidades del lenguaje cinematográfico y las herramientas más puras que este arte proporciona. Vivir al límite es cine puro. Es una película visual, puramente visual y llena de suspenso. La famosa definición de suspenso que daba Alfred Hitchcock sostenía que si tenemos a un par de personas, hablando de béisbol o de cualquier otro tema, alrededor de una mesa, y a los cinco minutos estalla una bomba y los hace volar por el aire, ¿qué tiene la audiencia?: apenas diez segundos de tensión. Ahora bien, si tomamos la misma escena y les hacemos saber a la audiencia que hay una bomba debajo de esa mesa y que va a estallar en cinco minutos, la emoción que se logra en el público es totalmente diferente. Entonces la misma charla se ha vuelto irrelevante, el espectador ya ni la escucha, sólo quiere que los personajes se vayan de allí. Pero Hitchcock decía algo más: la bomba no debe nunca explotar, porque si lo hace el espectador no tendrá alivio y se sentirá defraudado. En Vivir al límite, la acción gira en torno a un comando desactivador de bombas en Irak. Por lo cual tenemos las máximas hitchcockianas llevadas al extremo del suspenso. Hay muchas bombas, siempre hay bombas, diferentes clases de bombas con distintos mecanismos y un tiempo breve para desactivarlas. Y sabemos, además, que a veces estas bombas estallan y matan. Más la posibilidad de que haya francotiradores dispuestos a matar al que desactiva la bomba y de que cualquiera puede ser un potencial activador de dichas bombas a control remoto. Así que, luego del prólogo del film, habrá en el film muchas bombas que no estallarán, y algunas pocas que sí. Resumido de esta forma, queda claro que Vivir al límite es un film visual, en el que la imagen lo dice todo, la puesta en escena lo construye y un montaje impecable le termina de dar un cierre perfecto al trabajo de la directora. Con personajes que son profesionales que trabajan al estilo de los films de Howard Hawks o de John Carpenter, dos grandes influencias en el cine de Bigelow, y dos directores que buscan el análisis de la psicología de los personajes sólo a través de sus acciones. ¿Seguirá este estilo cinematográfico extraordinario siendo ignorado a la hora de los premios o este año será, además de todo lo dicho, la reivindicación del cine puro?

3. Violencia y emoción
Al final del capítulo 2 del libro The Cinema of Kathryn Bigelow, Hollywood Transgresor, la autora del texto, Robynn j. Stilwell, dice que los elementos principales del cine de Bigelow son tres: géneros (genre), género (gender) y violencia. Interesante resumen de una filmografía tan compleja como la de esta directora. The Loveless, su opera prima -codirigida con Monty Montgomery- es de 1982, su film más reciente, Vivir al límite, es del 2008, durante estos años dirigió un total ocho films, siendo algunos más populares, otros más prestigiosos, más de uno film de culto y la película que analizamos acá, su título más prestigioso. Bigelow nació el 27 de noviembre de 1951 en San Carlos, California. Su primera pasión fue la pintura, donde desarrolló una carrera y donde pasó de estudiar en San Francisco a New York en un programa de becas del Museo Whitney. La beca incluía un estudio donde desarrollar su obra y Bigelow se encontró finalmente con un cuadro suyo exhibido en tan prestigiosa institución. Luego estudió cine en la universidad de Columbia, aunque su corto llamado The Set-up (1978) lo realizó antes. En ese corto, curiosamente, género y violencia se daban la mano, dos elementos que volverían siempre en Bigelow. Dos hombres se golpean mutuamente y, en off, dos filósofos analizan la situación. En coincidencia con este período, Bigelow vio todo el cine que pudo, asistió a seminarios dictados por Andrew Sarris y se fascinó con las más variadas corrientes cinematográficas. Su primer largo, The Loveless, es un film afectado por una mirada no del todo narrativa del cine, un clásico ejemplo de estética proveniente de otra mirada del arte. Willem Dafoe interpreta a un motoquero de los 50, en un film que evoca a films como por ejemplo El salvaje, el clásico con Marlon Brando. En el libro ya citado Bigelow explica que se resistía todavía a lo narrativo y que el film es más bien una meditación. Lleno de momentos sin acción, de pequeñas situaciones que desmitifican la glamorosa apariencia de los motoqueros, la rebeldía de los protagonistas con respecto al sistema, el individualismo vs. el grupo, el cuestionamiento de los géneros cinematográficos y de los géneros sexuales asoman aquí y seguirán haciéndolo en el cine de Bigelow. Su siguiente film, Cuando cae la oscuridad (Near Dark, 1987) es un neo noir western de vampiros que evoca tanto al cine de cowboys como a los films clase B y, en particular, a John Carpenter. Con varios de los actores de James Cameron -quien se convertiría luego en su esposo- la película posee un destino de film de culto que no tardó en respaldar el tiempo. Bigelow pone a los géneros cinematográficos de cabeza y crea personajes con roles sexuales complejos, poco habituales, y, como ocurría en el film anterior, bordeando la androginia sin caer en trazos gruesos. Testigo fatal (Blue Steel, 1989) fue su primer proyecto mainstream y cuenta la historia de una mujer policía novata, Jaime Lee Curtis, que pierda su arma, la cual es tomada por un asesino que jugará con ella toda la película. Policial melodramáticamente exagerado, con un nada oculto análisis del universo fetichista, la película se perdió en una ola de films de los 80 y se pasó por alto nuevamente la controvertida y transgresora mirada de la directora. Algo de Madigan (1968) de Don Siegel parece asomar aquí, con esa historia de policía que pierde su arma y debe soportar los crímenes que se cometen con ella. Su mayor éxito lo lograría con Punto límite (Point Break, 1991) que no sólo se convirtió en su film más popular, también, en su película más emblemática en muchos aspectos. Las conductas obsesivas de los personajes, las adicciones al vértigo y la intensidad, la androginia, el homoerotismo y las alteraciones de los roles sexuales. La acción trepidante que aquí llegara a su punto más alto y una tensión sólo igualada por Vivir al límite. Este policial sobre un policía encubierto, Johnny Utah (Keanu Reeves), que debe capturar a una banda de asaltantes de bancos, surfers, liderado por Bodhi (Patrick Szwayze) es una verdadera obra maestra del género. Otra vez Don Siegel, esta vez con su maravillosa The Killers (1964), parece asomarse aquí, cuando vemos a (un hombre con máscara de) Ronald Reagan liderar la banda. Días extraños (Strange Days, 1995) era un film incendiario que planteaba un futuro donde la ciudad de Los Angeles, a fines de 1999, estaba al borde del colapso y donde la adicción a las emociones fuertes se vendía con unos sistemas que eran grabaciones de experiencias intensas vivida por otros. Un ex policía (Ralph Fiennes) descubría, sin quererlo, el encubrimiento de una golpiza policial que terminaba en asesinato. Una clara alusión al caso de Rodney King que parecía anunciar una debacle total al final del milenio. Ni la espectacular puesta en escena, ni el impresionante plano secuencia en subjetiva inicial, ni Juliette Lewis cantando covers de P.J. Harvey le interesaron al público. La historia de amor, con un hombre femenino y una mujer masculina (Angela Bassett) no pareció gustar demasiado o tal vez el hecho de que fuera apasionada e interracial también afectó el resultado. El peso del agua (The Weight of Water, 2000) pasó sin pena ni gloria, a pesar de la exploración de tensiones y transgresiones sexuales analizadas con una mirada nada complaciente. Amenazada por quedar fuera del sistema, Bigelow tomó rápidamente K-19 The Widowmaker (2002) notable e incomprendido film que transcurría en un submarino soviético y le permitía explorar universos de tensión y violencia masculinos. Profesionalismo, ética, lealtad, temas interesantes con dos protagonistas también interesantes: Harrison Ford y Liam Neeson. Verdadera clase de narración cinematográfica que no fue valorada como correspondía. La violencia en el cine de Bigelow jamás ha sido gratuita, la mirada del mundo masculino y femenino siempre ha sido lúcida y original, el análisis de los roles de género en la sociedad y la deconstrucción sin afectar la narración de los géneros cinematográficos la convierten a Bigelow en una cineasta siempre interesante y con una mirada digna de análisis. De hecho, sus compañeros de generación han triunfado en muchos de los temas que ella ha trabajado, pero a la larga no pudieron salir del todo de la mirada inequívocamente masculina de los temas. Bigelow sí, ha logrado ver y construir ambos espacios cuando se lo ha propuesto en sus films.

4. Adictos a la intensidad
Vivir al límite es una de esas películas cuya forma narrativa es llevadera y clásica, pero a la vez explora formas no tan estructuradas de guión. La suma de grandes escenas que van construyendo los temas y el espíritu del film. Muchos grandes directores clásicos supieron armar relatos clásicos que, como ocurre aquí, se construían con gran libertad, confiando en la inteligencia del espectador y en la fuerza y el sentido final del film. “La guerra es una droga” dice el fragmento de la frase inicial que queda cuando el resto de la frase desaparece. Una droga sin sustancia, como se la denomina hoy día, una adicción que no depende de una sustancia como drogas o alcohol. Los personajes del cine de Kathryn Bigelow se obsesionan con aquello que les fascina, se sumergen hasta el fondo en aquello que les da intensidad. Como en Bodhi, en Punto límite, que busca una ola perfecta que finalmente lo tragará, pero le evitará el encierro, el Sargento Superior William James (Jeremy Renner en una actuación tan impecable que uno hasta puede olvidar que actúa) no puede dejar de enfrentarse a las bombas más complicadas y peligrosas y desactivarlas en el terreno más hostil posible. Cada escena, cada desactivación -o no- de cada bomba es una secuencia que cierra como una historia propia y va acumulando tensión y adrenalina a lo largo de las dos horas y diez minutos que dura el film. Luego del perfecto prólogo, la película deja ya al espectador en tensión el resto de la historia. Con alivios, claro, pero que pronto conducen a otro momento de tensión. Un espectador que no se entrega a este juego o un crítico que ignora el lenguaje del cine, tal vez se sientan tentados a pensar que el film no trata de nada, cuando en realidad el film es de una solidez absoluta. Analiza, mediante su espectacular suspenso, la personalidad de aquellos que no pueden encontrarse a sí mismos, sino a través de las experiencias extremas (lo que pasaba también en Días extraños y en Testigo fatal), pero lejos de plantear un juego obvio, Bigelow expresa esto a partir del lenguaje del cine. Una puesta en escena más que brillante nos sumerge de lleno en cada momento del film y nos hace participar en primera fila de la experiencia de sus protagonistas. Es la directora, y ninguna otra cosa, la que consigue que todo tenga la potencia que vemos en la pantalla. Nuevamente Bigelow se sumerge en un mundo masculino, aunque los temas del film excedan al género. Y, ahora en la otra acepción de género, el film pertenece al cine bélico. Y como toda obra maestra del cine bélico, el film no expresa un discurso ni a favor ni en contra de la guerra, más bien la describe, la toma como espacio donde ocurre la historia. Estos soldados tiene un trabajo, el protagonista tiene una adicción a ese trabajo y una necesidad de intensidad permanente. No se expresa palabra alguna que pueda considerarse una inclinación política, aunque cada espectador podrá interpretar alguna. Justamente el no hacer un discurso político hace de esta película una víctima fácil de diferentes ideologías. El suspenso a lo Hitchcock, el profesionalismo a lo Hawks, la herencia de Siegel, la asociación con Cameron, Mann o Carpenter son sólo para construir alrededor de Bigelow un árbol genealógico. Pero cada escena brillante, cada momento extraordinario del film, le corresponden a su inspirado y poderoso trabajo. Trabajo que ya ha cosechado muchísimo premios y que merece haber llegado hasta el Oscar. Lo gane o no, Kathryn Bigelow ha entrado definitivamente en la historia grande del cine mundial.