LA NIÑA DESAPARECE
Alicia en el país de las maravillas está basada en el reconocido personaje literario que produce ha producido interés y devoción en todo el mundo. Más allá de la novela de Lewis Carroll, el fenómeno Alicia -por utilizar una expresión mediática- posee vida propia desde hace muchísimo tiempo, pues ha derivado en las más variadas adaptaciones cinematográficas y televisivas e, incluso, en infinitas formas literarias a los largo de más de un siglo. Sin embargo, a la hora de realizar un buen film, el libro siempre ha sido un problema debido, en gran medida, a su forma, a las situaciones que en él se plantean, a sus dilemas de lógica y a su narración alejada de los cánones clásicos. Posiblemente, la simpatía de los personajes y las extraordinarias aventuras intelectuales y físicas de su protagonista sea lo que le ha permitido convertirse en un libro tan popular y experimental a la vez. Pero el cine no ha podido lidiar con eso. El film de Tim Burton sale desde el inicio al cruce de estos “problemas” para enfrentarse a la novela desde un lugar totalmente distinto a lo hecho hasta ahora. Es -citando palabras de Alicia- “absurdo y sentido” que la que posiblemente se convierta en la versión más famosa del personaje sea la que entra en mayor contradicción con la forma de la novela y, posiblemente, con su espíritu. No es incoherente, por otro lado, que Tim Burton haya decidido hacerlo así. El director de El joven manos de tijera y Ed Wood siempre ha sido un hábil narrador, y sus film, por más distintos que sean entre sí, se han caracterizado por poseer una narración fuerte, clara y clásica. Por otro lado, ya ha quedado demostrado en un gran cantidad de oportunidades que llevar la novela de Carroll a la pantalla sin efectuarle cambios produce un efecto catastrófico. Los estudios Disney fueron los responsables de la versión de Alicia más popular, hecha en dibujos animados en 1951. Y es el mismo estudio, dedicado desde siempre al cine infantil, el que ha decidido poner su nombre, sumarlo al del famoso personaje y multiplicarlo por el director más prestigioso y a la vez más cercano a ese universo. El fantasma de la pedofilia -en el origen de la creación de la novela, allá por el siglo XIX- ha sido tal vez la razón por la cual el personaje de Alicia de la película no tiene la misma edad que la niña del libro, sino que es una joven de diecinueve años, que vuelve a aquel mundo en un momento clave de su vida. Disney no quiso que salieran a la luz las posibles lecturas ambiguas, de la misma manera que Tim Burton prefirió aferrarse a la reflexión sobre el libro y su propio cine más que a lo que el material de base le daba. Y aunque se extraña el nonsense lleno de humor del libro de Carroll, la película consigue, de todos modos, reunir sentido y cohesión, y producir incluso genuina emoción.
Como en El gran Pez -film que se conecta abiertamente con éste-, de lo que se trata acá es de un elogio y defensa de la fantasía como manera de recrear la dureza de la realidad. Mientras que en la novela de Lewis Carroll, en la segunda página, Alicia ya está cayendo por el pozo; en la película hay un prólogo y un epílogo que le dan sentido -así de contradictorio podrá sonar para muchos- a la historia. Alicia ha llegado a una edad en la cual debe decidir su camino. Una propuesta de matrimonio, que todos, menos ella, desean que acepte, es el punto de partida que la lleva a una crisis de identidad. Es notable el parecido entre este film y La dama desaparece (1938) de Alfred Hitchcock, en el cual una joven que iba rumbo al matrimonio se embarca en una aventura que termina por cambiar el destino que se le había asignado. El pozo, literal o metafórico, en el que cae y el mundo subterráneo que encuentra, literal o asociado al inconsciente, son el espacio en donde Alicia deberá conocerse a sí misma, saber quién es y cuál es el camino a tomar. Podríamos sumarle a estos dos films maduros de Burton Charlie y la fábrica de chocolate, donde el personaje burtoniano por excelencia acepta abandonar la soledad y compartir la nieve con sus seres queridos y no sólo producirla para ellos, como en El joven manos de tijera. Alicia ha crecido y de su padre ha heredado el respeto por la fantasía y el desprecio por la hipocresía, otro tema muy presente en las películas de Burton. Como todos sus personajes, Alicia es solitaria, pero auténtica, noble y, por lo tanto, diferente a su entorno. La Alicia niña, criada con la capacidad para soñar y metaforizar los conflictos, recurre una vez más a ese universo de fantasía -plagado de pistas que indican que es el mismo mundo del que ella huye momentáneamente- y recupera las fuerzas que parecían flaquear en su soledad y sus deseos a contracorriente. Burton, por otro lado, no escatima recursos para que la fantasía brille en un verdadero festín visual. Y también encuentra un elenco de una solidez fuera de serie. Tanto Helena Bonham Carter, como la reina Roja, y Johnny Depp, como el sombrerero loco, realizan actuaciones brillantes, dignas de un premio (¿se acordará el Oscar dentro de un año?). Burton, lejos de la caricatura a la que ambos personajes estaban destinados, les abre el juego para convertirlos en personajes trágicos, mucho más cercanos a los freaks burtonianos que a toda la gente normal del entorno de Alicia en el mundo real. Esta nueva Alicia, la más popular que haya conocido el cine, es una heroína espectacular, mezcla de diferentes modelos de mujer independiente de todos los tiempos. Tal vez el verdadero origen de ese film no haya sido el del genial libro de Carroll, quien amaba a una pequeña a la que le dedicó el personaje principal, sin embargo, Burton reivindica para Alicia tanto el universo de la fantasía como herramienta de conocimiento, como la idea de una niña que al convertirse en mujer decide tomar sus propios rumbos e ir más allá de lo que podría esperarse de ella. En definitiva este es el mundo que retrata el film de Tim Burton, el de una Alicia que ha crecido y se ha convertido en adulta.