Vidriera

Nosferatu (2024)

De: Robert Eggers

Sólo Werner Herzog podía, en 1979, hacer una remake de Nosferatu (Alemania, 1922) de F. W. Murnau sin hacer el ridículo. La idea de dos clásicos del cine alemán construidos sobre la misma historia parecía cerrar todas las posibilidades de estas adaptaciones no declaradas del Drácula de Bram Stoker. Las dos obras cumbre del horror gótico del siglo XIX han sido también las favoritas del cine y la televisión. Antes de la novela del vampiro, publicada en 1897, Mary Shelley dio a conocer el otro clásico inmortal del género, Frankenstein, en 1818. Ambas han peleado cabeza a cabeza en las adaptaciones, logrando Drácula alcanzar las 300, sin contar todas las innumerables ramificaciones del personaje. En el 2024 llegó finalmente una nueva Nosferatu y lo hizo como corresponde, con un director de culto y con un largometraje que no se parece en nada al cine de terror contemporáneo. Cada Nosferatu parece cumplir con una misma consigna: una identidad indiscutible e inolvidable.

La película de Robert Eggers es una remake de la película de Murnau, pero a la vez una nueva adaptación de la novela de Bram Stoker. Separa a ambas versiones la historia del cine, por supuesto. Cien años de adaptaciones y cambios en el mundo y el cine. Tan importante es la película de 1922 que no hay cinéfilo en el mundo que no la venere y conozca su historia. Cuando se estrenó, no se parecía a nada, fue un verdadero cambio en la historia del naciente cine de terror y el comienzo de uno de los géneros más populares y queridos que existen, además del más vigente de todos. Murnau no tenía los derechos del libro y la viuda del autor se encargó de demandarlo, lo que terminó con la orden de destruir todas las copias de la película. El estreno, ya bastante limitado, terminó en fracaso y la salvación provino mayormente de las copias que ya habían abandonado el país. Fueron esas las que convirtieron a la película en un clásico, mientras la búsqueda de los subtítulos originales en las copias alemanas seguían perdidos. Hoy la película se puede ver como corresponde, incluyendo los virados color originales, que permiten darle su verdadera dimensión a la historia. La influencia del largometraje de Murnau en el cine posterior es total.

Sin embargo, lo que más perduró de la historia fue el aspecto del terror y no del romanticismo. Cuando Drácula llega a Hollywood todo se mezcla y las adaptaciones teatrales confundieron el espíritu del libro cuando fueron tomadas como parte de la inspiración para hacer las películas. A partir de allí, Bela Lugosi sería por siempre y para siempre el Conde en el imaginario visual universal creado por la Universal, al igual que los otros personajes del género. Se necesitó otro alemán, Werner Herzog, para recuperar el romanticismo de la novela gótica y del film de Murnau. No es raro que dos alemanes hayan logrado entender mejor ese aspecto. Qué ambos, uno por obligación y otro por elección, hayan llamado a sus películas Nosferatu les permite diferenciarse desde el título de todas las demás versiones. En el medio entre los Nosferatu y los Drácula se podría ubicar al Drácula de Bram Stoker (1992) dirigido por Francis Ford Coppola.

Robert Eggers es un director norteamericano que ha sabido ganarse el favor de la crítica y generar entre los cinéfilos más jóvenes, el estatus de director de culto. Con cuatro largometrajes se ha convertido en uno de los grandes directores a seguir, para bien o para mal. La bruja (The Witch, 2015), El faro (The Lighthouse, 2019) y El hombre del norte (The Northman, 2022) llamaron la atención y le granjearon un lugar de privilegio, aunque también despertaron polémica. Los realizadores más valorados suelen ser también los sobrevalorados y sólo el tiempo decide qué tan sólidos son como autores. Robert Eggers no disimula sus intenciones artísticas y con Nosferatu se encuentra por primera vez con un fuerte éxito de taquilla. También lo tuvo La bruja, pero con un presupuesto diez veces menor. Qué una película como Nosferatu sea un éxito de taquilla sólo se explica por su director, no por sus actores, ni tampoco por el género. Su esteticismo marcado lo pone siempre al límite y necesita de un público que acepte enfrentarse a un largometraje menos clásico de lo que se acostumbra a ver, ahora o en cualquier época.

Nosferatu transcurre en Alemania en el siglo XIX y respeta los personajes centrales del libro pero con diferentes nombres, algunos cambiados para homenajear a Murnau. El Conde Orlok/Nosferatu (Bill Skarsgård) es, por supuesto, el Conde Drácula. Thomas Hutter (Nicholas Hoult) es Jonathan Harker. Ellen Hutter (Lily-Rose Depp) es Mina Harker. Friedrich Harding (Aaron Taylor-Johnson) es Arthur Holmwood. Anna Harding (Emma Corrin) es Lucy Westenra. Herr Knock (Simon McBurney) es Renfield. Y, finalmente, el profesor Albin Eberhart Von Franz (Willem Dafoe) Abraham Van Helsing. Es fácil reconocer a cada personaje y cualquier amante de la novela se encontrará, además, con muchos grandes detalles y elementos centrales que muestran una comprensión genuina del texto que revolucionó la literatura gótica y sacudió a la sociedad victoriana. Aún hoy, la historia, al menos en manos de Robert Eggers, es capaz de producir un efecto parecido. Su concepción visual es coherente con la del realizador y aún así no es difícil encontrarse con imágenes que remiten a las dos versiones anteriores y algunos momentos que pasan por las películas de Universal, las de Hammer, la de Coppola y también algunas locuras expresionistas como La carreta fantasma (Körkarlen, Suecia, 1921) de Victor Sjöström.

Drácula se despliega a sus anchas en Nosferatu. Ellen es una mujer cuyo deseo sexual y sus ansias convocan a una figura que termina desatando una ola de devastación en su ciudad, costando la vida de algunos seres queridos. Aunque puede tomarse como algo moralista, lo que se destaca es justamente esa manifestación del deseo sexual en la mujer y la oscuridad vinculada con un deseo inconfesable en general. Alrededor de eso se construye la tensión con la vida en pareja tradicional, con Thomas tratando de cumplir con su mandato, mientras que su amigo, Friedrich, expresa de forma abierta el deseo sexual permanente que le despierta su mujer Anna. Pero al final de cuentas, la única capaz de decidir y controlar su pasión y su deseo es la propia Ellen. Nada ni nadie tiene algo para cambiar esa decisión. Ambos, Ellen y Orlok, están sumidos en ese mismo fuego prohibido que los une hasta el final.

La novela de Bram Stoker golpeó fuerte en la doble moral victoriana, pero además, como ejemplo tardío del romanticismo literario puso sobre la mesa el conflicto entre la ciencia y la magia, entre la razón y la superstición. El personaje del profesor Von Franz reúne esa batalla, siendo un loco marginado que sabe realmente que las fuerzas del mal no pueden ser explicadas con la razón. Con él, los espectadores entramos de lleno y convencidos en el mundo de terror gótico romántico que Nosferatu propone. El Conde Orlok, finalmente, no es una figura bella ni un galán seductor. Su atracción no es física, lo que altera la ya instalada idea cinematográfica acerca del personaje. Recupera la tradición vampírica y la idea romántica de que el mal corrompe y destruye todo, siendo solamente el sacrificio definitivo y abnegado la única forma de liberación. Hay una única heroína en esta nueva versión y es la bella Ellen, la única capaz de conquistar y destruir a la bestia.