EL GRAN SALTO
Basar una película en un video juego tiene, entre otras cosas, una intención fundamental que es la de subirse a la fama del juego y apoderarse de su público cautivo. El príncipe de Persia tiene como base uno de los video-juegos más famosos de la historia, y también uno de los que en su origen significó una revolución. Es importante darse cuenta de que ese punto de partida es apenas una excusa ya que el film va mucho más allá. El mencionado público cautivo encontrará, de todas maneras, una importante cantidad de elementos reconocibles, en particular en los movimientos acrobáticos que realiza el personaje protagónico y algunas de las situaciones que éste atraviesa a lo largo de la historia. Para los que no conocen el juego, por el contrario, algunas de estas cosas podrán ser o bien indiferentes o tal vez incluso, un poco absurdas. El héroe de la historia es el príncipe Dastan, un niño de la calle, cuya nobleza y generosidad impresionan al Rey de Persia hasta tal punto que termina adoptándolo. Dastan crece y lucha por defender el reino junto con sus dos hermanos, hijos de sangre del rey. En la larga tradición del héroe clásico, Dastan es un elegido que no se sabe tal, y aunque no hay nobleza en su sangre, sin duda sí la hay que sus actos. Dastan podrá tener un destino, pero también tiene la fuerza para contradecir el destino y luchar con convicción por lo que cree correcto. Esta nobleza se pondrá nuevamente a prueba cuando sea parte de una invasión a una ciudad que amenazaba, en teoría, al reino de su padre adoptivo. Hasta el espectador más desinformado descubrirá en ese punto clave de la trama una fuerte conexión con la historia reciente. La ciudad invadida no tiene las poderosas armas como se pensaba y por lo tanto no era cierto que existiera una amenaza real, sino sólo una excusa para apoderarse de algo muy valioso. La invasión a Irak de los Estados Unidos con la excusa de las supuestas armas de destrucción masiva se adivina como el origen de este curioso comentario político que el film se permite. Pero más allá de este guiño, el gran logro se basa en la potencia dramática que logra. El director del film, Mike Newell, el mismo de algunos buenos films, como Cuatro bodas y un funeral y Donnie Brasco y de algunos no tan buenos Harry Potter y el cáliz de fuego o El amor en los tiempos del cólera , mantiene siempre el ojo en el drama, aun cuando el film realice un imponente despliegue visual. Por momentos, este drama familiar que el film contiene, lo emparenta más con la obra de Shakespeare que con un video juego. Hermanos, padres, hijos, tíos, todos forman parte de una historia, no sólo de un sinfín de escenas de acción. El sentido del humor del film se lo aporta con indiscutible habilidad Alfred Molina, en su papel de sheik, líder de una banda de ladrones. Los ingredientes funcionan y aunque El príncipe de Persia no alcanza jamás una identidad visual ni un impacto emocional a la altura de los grandes films del género, igual consigue su objetivo y se diferencia de otros films del cine industrial actual. En parte, tal vez, porque es capaz de recordar la importancia de que, además de todo el despliegue visual, siempre es fundamental contar una buena historia. El gran salto del juego a la pantalla que da aquí el príncipe le permite aterrizar sano y salvo, dentro del terreno seguro de la buena narración cinematográfica.