Peliculas

El brutalista

De: Brady Corbet

El brutalista (The Brutalist, Estados Unidos/Gran Bretaña, Canadá, 2024) es una película ambiciosa, por momentos descomunal. En parte lo dice todo el tiempo y en parte, por suerte, lo demuestra casi todo el tiempo. Cada película crea su propio mundo y en este caso el universo creado en la pantalla es descomunal. Desde el título debemos estar preparados para algo así y la película no defrauda en ese aspecto. Lo que aparece en la pantalla se ve más grande que la vida y a la vez se ve más auténtico que una película basada en hechos reales. El brutalista no es una historia real, pero la forma en la cual construye el relato y es mostrada la historia, todo el tiempo nos hace creer que lo es. Esto es un mérito en tanto que es una ficción tan falsa logra llegar al punto de parecer auténtica. Hay que tener en cuenta esto para aceptar con algo de paciencia algunos de sus giros y excesos.

Luego de la Segunda Guerra Mundial László Tóth (Adrien Brody), un arquitecto brutalista de origen húngaro, escapa a Estados Unidos donde es recibido por un familiar ya instalado y espera que su esposa Erzsébet (Felicity Jones) y su sobrina, todavía atrapabas en Europa, se le unan. Obligados a estar separados, Toth intenta abrirse paso a duras penas, postergando su extraordinario talento hasta que un empresario millonario de Pensilvania, Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), descubre quién es realmente y le ofrece realizar una obra descomunal que puede convertirse en el legado definitivo de László Tóth o tal vez su destrucción. La memoria dolorosa del nazismo y el Holocausto y una herida mal sanada, hacen que el arquitecto se entregue también a la heroína para calmar el dolor, mientras otros fantasmas sobrevuelan su mente en un nuevo país que es al mismo tiempo un refugio y un nuevo calvario.

Toda la fuerza de la película dirigida por Brady Corbet radica en el aspecto visual, en su manera desplegar ideas visuales desde el plano inicial y casi hasta el final, donde, por motivos difíciles de establecer, decide abandonarse a un epílogo largo y explicativo. El guión tiende a la reiteración y el regodeo en la sordidez deshace la potencia visual. La arquitectura brutalista se extiende a la película pero sus temas tiene que ponerlos todos en un discurso al final. Hay una gran película y una película busca premios, ambas se disputan el poder durante más de tres horas. Esto se hace extensivo a las actuaciones centrales, que se mueven exactamente de la misma forma. El amor retro del director por el cine incluye Obertura e intervalo -planificado en la narración- con una imagen durante los quince minutos de pausa entre la primera mitad y la segunda de la película. Lo mismo que hacían los clásicos del cine de Hollywood. Y en un sentido, El brutalista es una película sobre el cine y la creación artística. La historia de Toth podría ser la de muchos directores de cine de Hollywood que llegaron a Estados Unidos huyendo de Europa. Artistas que tuvieron que luchar a brazo partido para que sus sueños se cumplieran y tuvieron que negociar con millonarios que financiaban esos sueños. Por supuesto que la similitud entre eso y los personajes de la película no abarca todos sus aspectos. Y en esa multiplicidad de temas también está el atractivo del largometraje.

El brutalista muestra el antisemitismo de Europa y también el de Estados Unidos. La postura de los judíos en América, desde los que reniegan de su nombre y ocultan su origen y aquellos que creen que deben irse de Estados Unidos e instalarse en Israel. A pesar de su insistente y demagógica crítica al capitalismo, la película no muestra a Estados Unidos como un equivalente de la Europa ocupada por el nazismo, aún cuando cargue las tintas contra cristianos y demás grupos que se oponen a la presencia de los judíos en la comunidad. Le cuesta, sin embargo, al director, distanciar el sufrimiento que vive el protagonista de la crueldad que implica regodearse en eso como lo hace el director. El tormento sexual que sufre Toth tiene también un costado ambiguo y su relación con el millonario lo vuelve más complejo. Van Buren está fascinado con Toth, con su talento, lo adora y lo rechaza. Se siente atraído y la forma en la que se relaciona con la mujer de Toth parece confirmarlo. Pero en paralelo es una alegoría de Estados Unidos y el sistema capitalista y la suma de capas termina restando y no sumando. El brutalismo de la obra de Toth es lo contrario a lo barroca que se vuelve la película a medida que avanza. Finalmente: ¿Por qué elige poner imágenes de video luego de desplegar un amor por el fílmico clásico y la estética del Hollywood clásico? ¿Es una crítica a la imagen posterior a aquellos años o es un recurso visual de más que termina apagando toda la fuerza del largometraje? La película tiene mucho para analizar y revisar, no se puede negar eso.

Se podría decir que El brutalista es un tómalo o déjalo, pero no es tan sencillo. Rechazar una película que ofrece más que la mayoría es demasiado lujo para los tiempos que corren, pero aprobar completamente un largometraje que no puede evitar los lugares comunes fáciles de la sordidez y la crueldad, tampoco es correcto. La enésima película contra el sueño americano no parece tampoco un dechado de originalidad al elegir ese tema, más aún cuando se construye bajo las reglas de dicho país y en los propios Estados Unidos. El brutalista es demasiado en muchos aspectos y sus excesos contradicen la pureza de su protagonista. O tal vez ese sea su mensaje, que la obra sea capaz de captar la esencia de algo mucho más complejo y difícil de resumir. Siempre es bienvenido un largometraje diferente pero al mismo tiempo se le puede pedir más a quién dice ser capaz de dar tanto.