Pequeña, en el mejor sentido, comedia agridulce dirigida, escrita y protagonizada por Iar Said. Said, siempre efectivo actor secundario de comedia, también es director y su obra sabe encontrar el tono perfecto entre el absurdo, la emoción y la risa. Pequeñas situaciones donde una especie de Woody Allen gigante y melancólico debe enfrentarse a los aspectos más profundos y complejos de la existencia. Nunca con gravedad, nunca con solemnidad, pero tampoco con euforia cómica. Said interpreta a David, un joven judío de clase media homosexual que vuelve de Europa a Buenos Aires, por el fallecimiento de su tío. En este contexto, David se entera de que su madre (Rita Cortese) ha decidido desconectar el respirador de su padre, lo único que lo mantiene vivo desde hace tiempo. David vuelve a la casa de su infancia, donde se mueve entre la convivencia íntima con su mamá y una necesidad personal de resolver sus propias angustias existenciales. Todo pasa de forma amable, con momentos de tensión, algo de comedia con tonos de patetismo y finalmente una resignación frente a los movimientos que la vida misma tiene. La película es breve y entretenida, todos sus apuntes despliegan algo así como una sabiduría sin pretensiones que permite reflexionar con la mencionada melancolía pero sin amargura.
