EL FUEGO ETERNO
Cormac McCarthy ha sido considerado por el teórico Harold Bloom como uno de los escritores contemporáneos más importantes. Su obra se ha vuelto atractiva para los espectadores de cine por las adaptaciones recientes de sus libros. La primera fue Espíritu salvaje ( All the Pretty Horses, 2000) de Billy Bob Thornton y la segunda, Sin lugar para los débiles ( No Country for Old Men, 2007) film ganador del Oscar dirigido por los Hermanos Coen. La carretera ( The Road, 2009) es una nueva novela de McCarthy que llega al cine y su vínculo con el film de los Coen es más que notable, aun cuando la estética de ambas películas sea bastante diferente. La carretera explota algo que se veía en aquel film, pero que no llegaba tan lejos: el sentido alegórico de cada uno de los personajes. Aquí nadie tiene nombre, nadie es llamado jamás por un nombre, excepto el viejo, que dice aunque no le creen- llamarse Elías, como el profeta. En un mundo devastado por una hecatombe cuyo origen jamás es aclarado, padre e hijo recorren juntos un camino que es tanto un éxodo en busca de una tierra prometida como un viaje interior al corazón del ser humano. La madre, que eligió alejarse de ellos y entregarse a la muerte, sólo aparece en el recuerdo y toda enseñanza, toda la educación que el niño recibe viene de parte de su padre. Así, el padre le enseña reglas morales en un mundo que ha perdido todo y donde la gente de bien es, según sus propias palabras, cada vez más escasa. Perdida la humanidad, son los esfuerzos del padre y la tenacidad del hijo lo que permitirá mantener viva la llama que no es otra cosa que el fuego eterno del humanismo. Este tema no es nuevo en McCarthy, ya que al final de Sin lugar para los débiles, la descripción de dos sueños que había tenido el personaje interpretado por Tommy Lee Jones aludía a algo parecido. En el primer sueño él contaba que su padre le había dado un dinero y él lo había perdido. En el segundo él cabalgaba por la montaña y su padre lo adelantaba, cargando consigo un cuerno que portaba un fuego, y esperándolo más adelante. Estos sueños hablaban de la frustración y amargura del personaje que no había logrado mantener ese fuego, ese legado moral del padre. Acá el padre le habla todo el tiempo a su hijo del fuego, lo empuja a mantenerse humano más allá de todo. No debería de ninguna manera, y debido tanto al tono alegórico como a la forzada estética del film, buscarse literalidad o verosimilitud en esta historia. Por el contrario, la exploración acerca de las dificultades de educar a un hijo es algo que aparece con absoluta lucidez y crudeza. En la que sin duda es la mejor actuación de su carrera, Viggo Mortensen logra trasmitir la dureza de ese camino que es educar a un niño que lo mira mientras él lidia con las contradicciones de no poder llevar siempre hasta el final los principios morales que él intenta sostener y heredar. El final de la historia encuentra la reflexión adecuada acerca de esa tarea ardua y por momentos angustiante. Tarea que finalmente alcanza la recompensa de haber recorrido el camino con convicción, humanidad y genuino amor por la siguiente generación.