Una muerte silenciosa (2024) es uno de esos largometrajes de género hechos en Argentina donde la calidad técnica es destacable pero los resultados quedan por debajo de lo esperado. Un drama con un misterio policial en un marco imponente, con actores sólidos y una fotografía imposible de no valorar, pero con un guión al que no le alcanza para que el conjunto funcione correctamente.
Su director, Sebastián Schindel, vuelve a confiar en su actor favorito, Joaquín Furriel, para protagonizar esta película ambientada en la Patagonia argentina. La historia de una tragedia que sacude a los personajes centrales, que viven de un coto de caza, y que los sumerge en un relato oscuro, donde Octavio (Furriel) desea saber qué fue lo que realmente pasó con su sobrina Sofía. Un film noir patagónico, un género en el cual El aura (2005) de Fabián Bielinsky será para siempre el referente máximo. El mundo de los adultos versus el mundo de los adolescentes, ambos atravesados por el mismo crimen en un contexto de belleza abrumadora. Pero ese marco es incapaz de cubrir un guión fallido, con vueltas que nunca terminan de convencer. Los actores, todos sólidos, tampoco nos pueden hacer olvidar que esta historia no cierra. Ya se sabe que no siempre se trata de la lógica y la verosimilitud, sino de que el espectador no sienta que el relato que está viendo no tiene sentido. Ni siquiera el marco del film noir cubre una narración que no convence.