Series

Adolescencia

De: Philip Barantini

Adolescencia es la miniserie del momento en Netflix. Lo era al menos al escribir este texto, pero tal vez deje de serlo pronto, como ha pasado con la casi totalidad de los fenómenos que arrasaron en esa plataforma. Tiene los ingredientes para llamar la atención durante un breve período de tiempo y los temas de conversación que permite que se escriba sobre ella durante los siguientes días. Tal vez la temporada de premios la reviva en un año o tal vez no, es imposible saberlo. Lo cierto es que logró el objetivo de ser tendencia y obtener espacio, lo único que importa en la era del streaming.

Adolescencia es una miniserie británica de cuatro episodios creada por Jack Thorne y Stephen Graham, dirigida por Philip Barantini y protagonizada, entre otros, por el propio Stephen Graham. Son cuatro episodios con un elenco coral que va tomando la posta del protagonismo, sin que ninguno trabaje en los cuatro episodios. Cada uno de estos, además, está narrado en un plano secuencia, es decir en una toma continua sin cortes. Ya volveremos sobre eso. La historia que cuenta la miniserie arranca en un pueblo inglés, donde la policía derriba la puerta de la casa de los Miller y arresta a Jamie (Owen Cooper), un adolescente de trece años acusado del asesinato de una compañera de clase, Katie Leonard. A partir de allí comienzan los interrogatorios, las pericias psicológicas y el derrotero de una familia devastada por la situación, en particular su padre, Eddie (Stephen Graham). ¿Es Jamie victimario o víctima? Poco a poco se sabrá la verdad.

Si el furor por la serie es genuino o producto de la publicidad, siempre es difícil de precisar, pero como todo fenómeno, llegar tarde significa decepcionarse o tener una opinión muy distinta a la ola inicial. Mientras siga el debate y el interés, una obra estará viva. Adolescencia trata el siempre preocupante tema de los colegios, la violencia, el sufrimiento físico y psicológico que atraviesan muchos de los jóvenes y la incapacidad de autoridades y padres de encontrar una respuesta adecuada. Cada generación se enfrenta a los problemas como si fuera la primera, pero a la vez, cada una tiene características únicas. En el presente, las redes sociales, la cobertura a través de cámaras y teléfonos, son parte del conflicto, a la vez que sirven para rastrear el conflicto. Entonces Adolescencia tiene su primer foco de atención en eso: un tema importante, algo de lo que se puede hablar y debatir. Estar en la conversación, como se dice ahora. Pero también es una serie con suspenso que aprovecha su forma narrativa para postergar la resolución del conflicto y regodearse con la crueldad y el drama. Una forma de alienación que nos aleja de la reflexión y nos lleva al efectismo completamente emocional.

Jamie Miller representa un personaje atormentado de la cultura actual. Un adolescente de la cultura incel (involuntary celibate en inglés), lo que a grandes rasgos en Argentina se denomina virgo, refiriéndose a los hombres que son célibes a la fuerza, es decir que no es por su decisión, sino por su incapacidad de tener relaciones con mujeres. Esta cultura, que estalla en redes, tiene una fuerte carga misógina y resentimiento hacia las mujeres y también los hombres que sí tienen relaciones con mujeres. Este comportamiento ha existido desde siempre, pero en las redes se ha potenciado particularmente. Pero una vez más, no es algo diferente a lo que pasaba décadas atrás, antes de internet. Hay, además, una fina línea entre el bullying que han sufrido estos chicos y cómo se aprovechan de su condición de víctimas para transformarse en victimarios. Irónicamente, el término incel fue creado por una mujer en 1997, aunque jamás pensó que iba a transformarse en lo que fue después, con comunidades violentas, cargadas de intolerancia. ¿Y la miniserie? Sí, la miniserie pasa por esos temas, pero abandona al niño en muchos momentos para ocuparse de las consecuencias en los otros.

El otro gran elemento es la puesta en escena, es decir la decisión de hacer cada capítulo en una toma continua, un plano secuencia. No hay cortes desde que empieza la acción y hasta finalizar el episodio. Una proeza cuyos trucos mejor no saber, pero que da la sensación de ser verdaderos planos secuencia, afectados, eso sí, por la banda de sonido. Porque el realismo del no corte no alcanza para emocionar, así que debe recurrirse a canciones que otorguen la emoción final. El plano secuencia es un recurso utilizado para producir unidad inequívoca de tiempo y espacio. Los cortes, a veces, producen un espacio de ambigüedad que, de tanto en tanto, no debe otorgarse. Un plano secuencia debe tener un sentido más allá del virtuosismo estético. ¿Hay un sentido profundo aquí para utilizar cuatro planos secuencia? La respuesta, por supuesto, es no. Algunos momentos lo aprovechan al máximo y sí parecen justificarse, pero una hora o cuarenta minutos de plano secuencia incluyen muchos momentos forzados. Como ocurría con el experimento que el director Philip Barantini y el Stephen Graham llevaron adelante en la película El chef (Boiling Point, Gran Bretaña, 2021) el espectador se olvida del plano secuencia, se distrae, piensa en otra cosa y el plano sigue. En aquella película, algo cruel y muy efectista, se narraba el momento más complicado de un restaurante, acá se cuentan cuatro jornadas de alto dramatismo alrededor de un homicidio. Virtudes y defectos se repiten. Cuando el plano secuencia es desaforadamente virtuoso, el director y el actor, se lucen y ya pueden ir preparando el discurso para los premios que recibirán, cuando es más sobrio y elegante, nos olvidamos del recurso. En más de un momento, la miniserie pide cortes. Hasta el propio Alfred Hitchcock en Festín diabólico (The Rope, 1948) entendió que el corte tradicional clásico sirve y es igual de invisible. De hecho, en el montaje clásico, justamente el corte se llama invisible porque nadie piensa en él. Cuando uno le machaca cuatro episodios con un plano secuencia, está llamando la atención a punto tal qué sólo queda ver el truco y nada más que eso. El episodio final es la prueba del narcisismo desaforado de Stephen Graham, que nos quiere demostrar hasta que punto es un actor fuera de serie. El resto del elenco también se luce, pero Graham nos deja en claro que él es la estrella.

El resultado de Adolescencia es el que muchas veces producen las películas y las series de denuncia. Se blindan frente a los comentarios negativos en tanto que se asumen como los poseedores de verdades valientes y arriesgadas. La denuncia como fin, es poco para una ficción. Y en cuanto a la puesta en escena, la contradicción es clara: si se luce pierde autenticidad y si no se luce, pierde la justificación del recurso. Mientras tanto, la semana que viene vendrá otra miniserie que los comentaristas dirán que no te podés perder y todos los colaboradores de suplementos y portales pedirán escribir sobre ellas. Para todo lo demás, ya pueden archivar Adolescencia, porque cumplió con sus objetivos y lo hizo en cuatro episodios y no en diez. Me pregunto si no lo habría podido hacer en una película como otros lo hicieron en el pasado.