Blancanieves (Snow White, Estados Unidos, 2025) es una remake live action del clásico de Walt Disney de 1937. Es, a la vez, una nueva aproximación al cuento clásico cuya versión más importante fue creada por los Hermanos Grimm en 1812. Se trata de un esfuerzo enorme pero finalmente fallido por dotar a la historia de actualidad, intentando cumplir con todos los requerimientos ideológicos y estéticos del presente. Hacer cine hoy, en el mundo Disney, es estar resolviendo problemas más que crear obras cinematográficas. Cada escena es esperar a ver como resolvieron tal o cual conflicto. Un llenado de formularios más que una película. No es raro entonces, que los debates sean sobre temas que no tiene vinculación con el lenguaje del cine. Esta versión de Blancanieves llegó agotada a las salas, casi con miedo por los comentarios negativos que recibió.
El cuento de los hermanos Grimm tiene ya más de dos siglos de antigüedad, necesariamente algunas cosas van a cambiar. De hecho, todas las adaptaciones famosas lo han hecho, para bien o para mal. Pero con los cambios hay consecuencias. Los cuentos de hadas fueron muy bien explicados por Bruno Bettelheim en Psicoanálisis de los cuentos de hadas (publicado en 1976): “Al mismo tiempo que divierte al niño, el cuento de hadas le ayuda a comprenderse y alienta el desarrollo de su personalidad. Les brinda significados a diferentes niveles y enriquece la existencia del niño de tan distintas maneras, que no hay libro que pueda hacer justicia a la gran cantidad y diversidad de contribuciones que dichas historias prestan a la vida del niño”. Entre 1812 y el año 2025 pasaron muchas cosas y el mundo en el cuál vivimos es muy diferente en algunos aspectos aunque sea idéntico en otros. Pero lo que tal vez Bruno Bettelheim no pudo adivinar al escribir su libro es que hoy las películas basadas en cuentos de hadas son mayormente vistas por niños, pero discutidas y analizadas con vehemencia por los adultos. Los niños no se ofenden con estas historias, son los adultos los que intentan que sirva a un propósito distinto que aquel para el cuál fueron creadas. Y ese es el gran problema. Blancanieves es una película para todo público cuyo objetivo principal es entretener a los niños y dejar conformes a los mayores. Los niños quieren cine, los adultos quieren agenda. Punto para los niños.
Blancanieves tenía que lidiar con varios problemas habituales en el presente. En primer lugar la raza de la protagonista. De todos los cuentos de hadas, es posiblemente uno de los menos conflictivos, ya que en el mismo cuento se cuenta como el nombre se debía a su piel blanca como la nieve. Innecesario cambiarle la raza a Blancanieves, pero lo hicieron. La elegida es Rachel Zegler, famosa por protagonizar la versión de Amor sin barreras (2021) dirigida por Steven Spielberg. Ya al asignarle ese rol le preguntaban una y otra vez si era realmente latina, ya que su papel lo era. ¿Hay que explicar el nivel de racismo que implica eso? No le preguntaron nada para protagonizar Blancanieves y ella se terminó quedando con el rol. ¿Acaso no podía una rubia anglosajona protagonizar Amor sin barreras? No, eso no. La película avanza, ella no se ve al principio como Blancanieves y el espejo que le dice a la madrastra que la joven es más linda que ella, definitivamente es un provocador y un buscapleitos. La belleza en el mundo real es subjetiva, pero en el cine no lo es tanto y la mayoría es soberana. Es evidente que la Bruja malvada interpretada por Gal Gadot es mucho más bella que la joven princesa Rachel Zegler. En el cuento de los Grimm es al revés, la joven es mil veces más hermosa que la Bruja. Por algún motivo, el cine no se ha sentido cómodo con esto. Desde la versión de 1937, las Brujas malvadas han tenido un encanto superior. Es posible, como ocurre aquí en la versión 2025, que se quisiera enfatizar la belleza como algo no vinculado directamente a lo físico. Eso está bien, pero el cine es el cine y siempre hay un riesgo. Walt Disney siempre fue un maestro de la ambigüedad, por lo que es muy posible que haya sido intencional darle un aire seductor a la Bruja malvada.
Pasado el trámite de la raza de Blancanieves y aclarando que todo el reino es completamente diverso, pasemos al siguiente documento: los enanos. Sí, tenemos un conflicto con los enanos. O mejor dicho, con las personas con enanismo. Muchos historiadores dicen que los siete enanos del cuento podrían ser en realidad niños explotados en las minas, envejecidos prematuramente, pero eso es demoledor para un largometraje infantil. Cuando hablamos de los enanos nos referimos a los personajes del libro y las películas, claro, pero algo ocurrió en el proceso que alteró esta versión. Peter Dinklage, famoso por su rol de Tyrion Lannister en Game of Thrones, se quejó de que los enanos hicieran de enanos en Blancanieves, alegando que hay muchos roles para las personas con enanismo más allá de estos siete. Se enojó con el encasillamiento de poner a enanos a hacer de enanos. Algunos colegas enanos se enojaron y replicaron que tal vez para Dinklage era fácil conseguir otros roles, pero que para la mayoría, aspirar a ser uno de los siete enanos de Blancanieves en una superproducción de Disney era una gran oportunidad. Pues la perdieron, porque Disney entró en pánico y no convocó a siete enanos para hacer de los siete enanos. Tampoco puso a actores no enanos convertidos en enanos mediante efectos especiales, como ocurrió en Blancanieves y el cazador (2012). No, Disney se quiso sacar el problema de encima y puso siete enanos -no personas con enanismo- digitales, muy parecidos al dibujo animado, pero en versión “realista”, como cuando ahora se arman esos videos con IA de cómo serían los personajes de las series animadas en el mundo real. El resultado es maravillosamente catastrófico. Cuando aparecen los siete enanos, la película se muere. Les dan, eso sí, un gran número musical, el más famoso de la película original, pero eso no sirve para nada, una vez que nuestros ojos ven esa atrocidad, no hay manera de volver atrás. Los mejores siete papeles, perdidos porque Peter Dinklage jugó la carta de chantaje ideológico y una de las empresas más poderosas del planeta, sucumbió a la presión. Pero ojo, hay una buena para el sindicato: un hombre con enanismo hace un rol no normativo y combate junto con los rebeldes. No es realista bajo ningún concepto, pero al final de cuentas, es una persona de verdad. Cuando se hacen películas con la policía del pensamiento controlando, pasan estas cosas.
La actualización de la historia -que recordemos que es una remake del clásico de 1937- incluye una princesa que acepta ser besada pero que es de armas tomar y toma sus decisiones. No vive para ser siempre rescatada sino que se atreve a sumergirse en la aventura. Esto ya es algo común hace varias décadas. La metáfora acerca de la madurez sexual del cuento original queda algo desdibujada y el concepto principal es que la Bruja malvada es también una dictadora que somete a las personas de su reino. El príncipe azul forma parte de una resistencia contra ese reino y al final de cuentas todos, absolutamente todos, son buenos menos la Bruja. El pueblo extraña una realeza justa que, sin renunciar a su condición de tal, comparte con su pueblo y todos viven felices para siempre. En ese aspecto les quedó algo de conservadurismo para usar. Los números musicales van de lo irrelevante a lo innecesario y salvo el mencionado momento de los siete enanos, el resto hubiera sido mejor que no estuviera. Los animalitos que convertían a Blancanieves en una princesa franciscana tiene una intervención limitada, pero están. Prácticamente no hay momentos siniestros como en la película de 1937 o el cuento, por lo que parece que se apunta a un público infantil, sean niños o adultos. Aunque dura menos de dos horas, Blancanieves logra asegurarle a todos un buen rato de aburrimiento.