LLEGA UN DESCONOCIDO
El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única. Horacio Quiroga
De los más de cien estrenos nacionales del año 2014, sin duda El ardor es la mejor. Pensemos en que cientos de películas se cruzan en nuestro camino año tras año, otras miles no se nos cruzan pero están ahí, esperando una oportunidad para que las veamos. Cada día se hace más necesario ser generoso con el espectador, ofrecerle algo que haga la diferencia, que tenga identidad, fuerza, interés de algún tipo y que eso cautive a quien ha decidido pasar dos horas de su vida dedicadas a ver la obra de otra persona. El cine argentino en general suele descuidar al espectador, lo ignora, cree que no existe. Pero quien se siente a ver El ardor tendrá ya al comienzo la certeza de que está viendo esa clase de films que marca la diferencia. La vegetación que arde e ilumina la pantalla con esa ambigua fascinación que produce el fuego, abren el apetito por ver que hay en cualquiera que ame el cine. Estamos adentro, la película ya nos ganó, queremos ver más. Ese encanto inicial es seguido por un film fuera de serie. Una historia atrapante que combina una potente narración clásica con elementos modernos que generan clima en cada escena. El ardor es un film de acción, pero también es un film de silencios, de climas sugestivos que dotan a la película de una identidad poco común.
No hay duda alguna de que El ardor es un western. Un desconocido, un solitario, llega a un lugar donde ocurre una injusticia y es el único con la capacidad de cambiar las cosas. Desde westerns puros con Shane el desconocido a El jinete pálido, como derivados del western como Testigo en peligro o Un lugar en el mundo, pasando por otros cientos de historias, este es un tópico tan recurrente como atractivo. De El jinete pálido (The Pale Rider, 1985) de Clint Eastwood posee ese revisionismo respetuoso del género, que abre el juego pero siempre dentro de las reglas esenciales. El misterioso protagonista Kai (Gael García Bernal en el mejor papel de su carrera) llega a una finca tabacalera donde sus propietarios son amenazados para que entreguen sus tierras. Unos hermanos que representan intereses económicos mayores operan como pistoleros que buscan con violencia adueñarse de las tierras. En esa posición ideológica la película se pone del lado del débil, como ocurre en la mencionada El jinete pálido o en Rio Bravo (1959) de Howard Hawks. Kai es el único que puede ayudar a quienes viven en esa finca. Pero este western con elementos modernos no transcurre en un desierto, sino en la selva Misionera, que el director con gran maestría convierte en un personaje más. La tierra en llamada del comienzo es el anuncio de una naturaleza amenazada. Como en un relato del escritor rioplatense Horacio Quiroga, la selva tiene identidad, los animales forman parte del relato. La selva por momentos recuerda también a Apocalypse Now, por nombrar un film bélico ambientado en Viet Nam donde el laberinto verde cobra protagonismo y donde las acciones remiten a un elemento casi místico. Personal, bella y apasionante, esta película tiene grandes momentos de acción así como muchos otros de gran clima y belleza. Extraordinarios y temibles villanos (lo de Tolcachir y Sesán es antológico), un héroe clásico y una historia atrapante. Una verdadera maravilla que merece ser vista en la pantalla grande. Uno de esos films llamados a quedar para siempre en la memoria de los espectadores. Desde ahora, un clásico.