PRESIDENTE BLANCO, CORAZÓN NEGRO
Era impensable que alguien decidiera en Argentina realizar una película de ficción donde el protagonista fuera el presidente de la nación y que dicha trama transcurriera en el presente. Tal vez el cine argentino haya dado un paso más allá, sacándose de encima uno de sus peores defectos: La literalidad. Hernán Blanco, el presidente argentino, es un personaje de ficción y la historia que se cuenta está inventada para la película. El ejercicio de querer asociarlo a alguien en particular será inútil, no dará resultado alguno. La cordillera es una película que va mucho más allá. Estamos frente a una película atrapante, llena de ideas, de fuerza, con una realización de inusual calidad. La estética que utilizaba el director en su película El estudiante era la adecuada para retratar la vida estudiantil universitaria, pero para La cordillera, la historia de una cumbre de presidentes, Mitre arma una puesta en escena acorde al nivel de poder y la esfera política donde se desarrolla la película.
Pocas veces en el cine uno tiene tanto deseo de saber que va a pasar a continuación, pocas veces una trama cautiva tanto que uno queda, como solía decirse, al borde de la butaca. Mitre, como todo gran cineasta, se debate entre repetir aquello que mejor hace y a la vez ofrecer algo nuevo. Todos los cineastas deben soñar con lograr ambas cosas y Mitre en La cordillera lo consigue. Cuando la película se acerca a la mitad y uno puede sentir que está viendo la versión elevada y madura de El estudiante, comienza una trama paralela que funciona como espejo de los demonios que habitan en el pasado y en el presente del protagonista. Películas y series de intrigas políticas son moneda corriente en la actualidad. De hecho, es más fácil hacer una intriga política en televisión, porque la obligatoriedad de sumar horas les permite desplegar vueltas de tuerca y laberintos que en dos horas de película necesitan mucho más talento y sofisticación. La cordillera es apasionante, como lo era también El estudiante y trasciende por mucho los temas que los personajes debaten. La cumbre que se realiza en un hotel de lujo en la Cordillera, allí, en lo más alto, varios presidentes latinoamericanos se reúnen, planean alianzas, se traicionan, el presidente de Argentina, Hernán Blanco (Ricardo Darín) llega acusado de ser un personaje irrelevante, sin identidad, sin fuerza. Su contracara es el poderoso y sólido presidente de Brasil Oliveira Prete (Leonardo Franco) que hasta físicamente se ve gigante y e invencible. Poco y nada importa el tema que debaten en esa cumbre, solo la idea del poder y los manejos que se realizan para ganar son lo que quedará al final de la historia. No me gustan las metáforas dice el presidente del Brasil y al espectador se le advierte así que La cordillera no busca tanto bajar una línea política concreta sino reflexionar acerca de la condición humana. Con una maestría que confirma a Mitre como uno de los grandes cineastas actuales, la película inquieta en su combinación de thriller político e historia de tono fantástico. Sin explicaciones para lo segundo, donde la ambigüedad se conserva hasta el final, pero con una contundencia demoledora para lo primero, con un final definitivo como el de El estudiante.
Gran mérito de Mitre como director y como coguionista, acompañando en esta última por Mariano Llinás el conseguir una película en las altas esferas del poder que resulte convincente en su factura y en cada una de las situaciones que narra. Pero también enorme el mérito del casting, donde no es sorpresa que Ricardo Darín realice otra de sus extraordinarias actuaciones, tal vez una de las mejores, y el resto del elenco también esté a su altura, con especial mención para Dolores Fonzi, quien interpreta a la hija del presidente, y que encuentra el tono perfecto para desviar la trama hacia su costado más perturbador. Es ese costado el que le termina por darle a La cordillera su profundidad y sofisticación, justamente por su habilidad para convertirse en una buena ficción y en definitiva para ser buen cine.