Una serie de personajes viven sus historias en la noche porteña. Ana tiene una relación con su novio violento, que además la hace trabajar como prostituta, mientras ella añora siempre sus sueños de bailarina por los que llegó a Buenos Aires. Lola es una actriz veterana venida a menos, estrella del cine argentino en otra época, ahora es adicta a las pastillas y actúa en un lugar muy pequeño al que concurren muy pocas personas. Lucio es adicto a la cocaína y también la vende en su restaurante, con la ayuda de una mujer que atiende el baño de mujeres. A estos personajes se les suma un taxista tanguera cuyo pasado e intenciones no se saben al comienzo de la película.
Aunque al repasar este cruce de historias y sus temas se descubren ideas interesantes y situaciones que pueden servir a una película, lo cierto es que en la pantalla lo que se ve es muy forzado, las resoluciones no tiene credibilidad alguna y las sorpresas del guión caen de forma abrupta, más como algo demasiado tosco y no como un cierre brillante para los personajes. Por momentos recuerda a un cine argentino de mediados de los noventa, cuando algunos cineastas no lograban plasmar en la pantalla muchos temas ambiciosos colocados sin gracia en un mismo film.
No hay manera de sentir empatía con los personajes, aun cuando algunos claramente la merecen, en particular el personaje de Ana, en donde confluyen los temas más potentes de la película. Ni haciendo la vista gorda a resoluciones imposibles la película consigue arrancar y cobrar vida. No parece un film de malas intenciones, al contrario, pero no es solo con buenas intenciones que se hace una película.