La figura del Gauchito Gil ha crecido a lo largo de los años y este personaje adorado como un santo tiene seguidores fieles y apasionados y otros tanto que lo ven como una figura pintoresca más atractiva visualmente que por su discurso o su historia. Un documental sobre su figura podría haber caído en diferentes trampas de facilismo cinematográfico. Mientras que la televisión suele explotar estos fenómenos sin discutirlos ni analizarlos, llegando incluso a festejarlos y promoverlos, el cine muchas veces se burla de estas situaciones dejando en evidencia a los fieles y mirando con cinismo todo el espectáculo alrededor. El cine independiente y los intelectuales tienden a burlarse de las grandes iglesias pero con estas cosas muchas veces se fascinan desde un lugar banal, como si fuera un objeto de diseño más que un culto.
Desde el momento que la película se llama Antonio Gil queda descartada la mirada complaciente por parte de la directora. Queda claro que lo que plantea es una mirada sobre los hechos más que sobre la fe. Aun así, tampoco se burla de la fe, de hecho ni opina sobre ese tema, salvo por lo que uno deduce de las imágenes. No hay otra opinión en la película más que la visual. Por suerte la directora muestra, nos hace ver como es el santuario al Gauchito Gil sin parodia pero tampoco sin hacer apología. Algunos planos son espectacular, en particular los travellings en la ruta con los caballos avanzando. Sin embargo el recurso que quedará fijado en la memoria del espectador son los muchos travellings laterales con los cuales el santuario es recorrido durante varios minutos. Estos planos que son un leitmotiv dentro de la película, dicen mucho y exponen mucho.
Es un recurso que se repite tal vez demasiado, pero a la vez es el centro de la película. La directora filmo durante casi una década el lugar. Pasando de un fenómeno pequeño a un multitudinario, dejando en claro que el crecimiento fue cambiando también muchas cosas. En esos largos planos mencionados hay imágenes que nos movilizan, nos enojan, nos invitan a reflexionar, pero la directora al hacer ese movimiento los iguala. No corta para detalles, muestra el todo. Un montaje veloz o muchos planos estáticos no reemplazan la sensación perfecta de totalidad que aquí se manifiesta. Todo esto se completa con la voz en off de personas de lugar que cuentan como nación el mito y cómo surgió el santuario. Casi somos testigos de cómo se construye una leyenda. Los testimonios se contradicen, muestran ausencias en la historia, exponen que hay algo de invento en la historia de Antonio Gil y muchísimo de especulación en la construcción de su santuario. Ni por un segundo la película nos dice lo que tenemos que pensar. Qué alguien haya estudiado tanto un tema y no subestime al espectador que recién comienza a presenciarlo es un acto de respeto muy grande y la demostración de una directora inteligente que confía en la libertad de las imágenes y de las ideas.