Marcos tiene sesenta y cinco años y trabaja en una estación de servicio, aunque su verdadera vocación y pasión son las artes plásticas. Pinta para él mismo en su humilde casa, con lo que tiene y como puede. Este personaje solitario y ermitaño se encuentra con un pequeño ladrón de trece años y juntos terminan conformando una original amistad.
Un vínculo padre e hijo o de maestro y discípulo es el centro de la película construida en medio de la miseria y la desesperación. La directora los observa con ternura y humanidad, observando como encuentran luz en medio de tanta oscuridad. Estos méritos no necesariamente la convierten en una gran película, porque se necesita más que buenas intenciones y genuino amor por el material tratado.