El azar de la cartelera, tan difícil para las películas locales de lanzamiento pequeño, ha querido que Eduardo Meneghelli estrene su tercer film en un año. Nuevamente cerca del policial, nuevamente con Gabriel Peralta como protagonista.
Tras la muerte de su esposa e hija en un accidente, Luna (Gabriel Peralta) ha dejado de trabajar manejando un camión de caudales. Pero a pesar de estar todavía con esa sombra sobre él, decide volver a sus tareas. En un sueño ha visto a una compañera de trabajo y a su hijo en el auto con él. En una marcada obsesión religiosa y con el deseo de proteger a la mujer y al niño, Luna empieza a tramar un plan.
Es difícil definir esta película, tanto como lo fue con Román hace exactamente un año. El peso de un protagónico en un actor como Gabriel Peralta resulta confuso, porque hasta que uno no lo ha visto en más de un film no termina de saber si hay un distanciamiento intencional o simplemente que no da el tono y queda muy lejos de las ambiciones del guión.
Acá una cita a Taxi Driver nos quiere ofrecer una guía acerca de la locura mística del protagonista y su deseo de ser un héroe o un mártir perdiendo en el camino cualquier sentido de la realidad. Pero ni acá estamos frente a Scorsese ni el protagonista es De Niro. Ni tampoco está el guión de Paul Schrader. En la mayor parte de la película es prácticamente imposible conectar con los personajes. El elenco, no sólo el actor principal, está completamente apagado y una serie de situaciones absurdas se suceden sin mayor interés o dramatismo.
Sin dramatismo, sin acción, sin un solo personaje creíble, apenas dos tomas al comienzo de la película pueden rescatarse de esta nueva película de ese prolífico director llamado y su actor fetiche.