José Celestino Campusano ha realizado un cine de prestigio dentro del reducido espacio de los festivales de cine. Esta aclaración es para quien se sorprenda cuando encuentro elogios y valoraciones para el director de Hombres de piel dura como si se tratara de uno de los mejores directores del cine actual. Acá vuelve a mostrar todos sus defectos, sus contradicciones y en definitiva los límites que su cine tiene a la hora de llegar a un tema o contar una historia.
La película transcurre en una zona rural de la provincia de Buenos Aires. Allí vive junto a su padre y su hermana Ariel, un joven gay que ha nacido y se ha criada en ese lugar. Al comienzo de su adolescencia fue seducido por el sacerdote católico de su comunidad. Ariel decide rebelarse contra el entorno de abusos de la iglesia y la ideología homofóbica y machista del lugar. Su padre, hombre de campo, insiste en que esté con mujeres, avergonzado por la condición homosexual de su hijo que no quiere aceptar.
Campusano pasa del realismo más crudo y brutal a los giros más estándar y tradicionales del cine clásico. Por momentos es salvaje y por momentos es insólitamente inocente. Su constante insistencia en poner a no actores a decir parlamentos claramente artificiales y guionados choca una y otra vez, distanciando de forma no efectiva al espectador. No es distancia, simplemente falla su ensayo excéntrico y produce rechazo a la obra. Como siempre en su cine, la película consigue de todas maneras algunas buenas situaciones y estéticamente tiene no pocos hallazgos.