Como digno heredero de John Ford y el western, Clint Eastwood ha tenido como uno de sus temas favoritos la construcción de leyendas que reemplazaban a la realidad. Leyendas que eran aceptadas como tales por el bien común. En Los imperdonables y La conquista del honor, entre otros títulos de Eastwood, aparecía esa idea. En otras, como El caso de Richard Jewell, este tópico va en dirección contraria. El héroe del comienzo de la historia se transforma en villano al ser acusado injustamente por el FBI y la prensa. Estos dos poderes olvidan la verdad y van directo a imprimir una historia falsa acerca de un guardia de seguridad que descubrió una bomba durante los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996.
Richard Jewell (Paul Walter Hauser) es un guardia de seguridad que soñó desde siempre ser policía. Por diferentes motivos sus sueños se vieron truncados y para la época de los JJOO es guardia de seguridad. Los policías los miran por encima del hombre, pero deberán reconocer finalmente que este joven gordo que no se toman en serio es capaz de seguir las reglas y salvar muchas vidas. La película toma de Jewell desde que trabaja en un estudio de abogados donde su única amistad es Watson Bryant (Sam Rockwell), un joven abogado que ve lo metódico y servicial que es el extraño Richard Jewell.
Jewell vive con su madre y tiene en una de las paredes de su casa una enorme foto propia luciendo en el uniforme policial. Definitivamente no es el héroe atlético y brillante, pero si una persona de un enorme corazón que confía en la ley e intenta hacer el bien. De la noche a la mañana se transforma en un héroe público y tanto él como su madre están felices. Pero lamentablemente este héroe inocente no sabe lo que le espera.
Tom Shaw (Jon Hamm), un agente del FBI dispuesto a cualquier cosa para resolver el caso y una reportera, Kathy Scruggs (Olivia Wilde) que desea una primicia se terminan transformando en los enemigos de Jewell, convirtiéndolo en un villano de la noche a la mañana. Solo el abogado Bryant llegará al rescate para equilibrar las fuerzas. Jewell sigue actuando de forma inocente pero convencida, poniéndose a sí mismo en riesgo con su sinceridad.
Clint Eastwood tiene acá la mirada desconfiada hacía las instituciones que ya había expresado en muchos de sus anteriores films. Una cultura de héroes que ataca impiadosamente cuando aparece uno real. El propio Jewell descubre en carne propia que los periodistas pueden informar equivocadamente y el FBI puede perseguir a inocentes. ¿Quién va a querer ser un héroe si cuando aparece uno lo crucifican? La persecución que sufre puede desalentar a otros. ¿Pero Acaso no se exponen todos los héroes a la posibilidad de ser incomprendidos? Pero Jewell es un personaje básico, sin sofisticación, pero con una moral clara que respeta. El mundo no es tan sencillo como él cree.
El héroe solitario fordiano es también un elemento común con Eastwood. Pero en su inocencia Richard Jewell parece uno de esos personajes de Frank Capra, rodeado de cínicos con los que el personaje tropieza y se desencanta. En el personaje de Kathy Scruggs hay ecos del personaje de Louis Bennett (Jean Arthur) en Mr. Deeds Goes to Town (1936) de Frank Capra. Se armó revuelo con respecto a este personaje, ya que en el año 2019 no se pueden crear personajes femeninos complejos, solo completamente positivos. Pero Eastwood entiende que la pureza de Jewell puede ser la fuerza que cambie la mirada del mundo que tienen muchos.
Clint Eastwood es uno de los pocos personajes que no tiene una agenda de corrección política actualizada a los tiempos que corren. Eso le genera muchas críticas en contra y a veces lo deja fuera de la temporada de premios. Pero esto lejos de ser una mala noticia, es una buena. Clint Eastwood no ignora el entorno y aquí nos regala varios momentos casi diseñados para espantar progresistas, pero son apuntes menores dentro de un film enorme.
La serenidad del más clásico de los clásicos en actividad lo muestra siempre impecable a nivel narrativo y siempre buscando nuevas facetas en una filmografía imprescindible. Hay una mirada agridulce en la película y Clint Eastwood decide destacar algunos elementos por encima de otros. El abogado progresista y su asistente rusa forman el equipo de los buenos junto a la madre americana (Kathy Bates, fordiana en todo sentido) y su hijo Richard. Simples o sofisticados, ellos están del lado correcto, el de la verdad y la justicia. No hay realizadores americanos actuales capaces de construir un grupo como ese. Spielberg podría ser otra excepción, ambos directores de otra época.
En El caso de Richard Jewell, que a esta altura no es necesario aclarar que se trata de una historia real, Clint Eastwood combina una mirada desencantada de las instituciones con una más optimista acerca de las personas. Los nombres de Ford y Capra aparecen como guías para explicar esto, pero eso no significa que la película dependa de ellos. Clint Eastwood ya tiene un universo propio y un trabajo de décadas que encuentra en cada nueva película una página nueva en la obra total de uno de los grandes maestros del cine.