Jojo Rabbit no es la película que parece. Su director Taika Waititi tiene una larga trayectoria como actor, guionista y director de comedias, algunas geniales, otras horribles, pero su apuesta en general suele ser en favor del humor absurdo. En su obra maestra, What We Do in the Shadows (2014), fue capaz de otorgarle también un costado emotivo que le equilibraba el disparate de la historia. Aquella película sorprendente parece haber sido el punto culminante de su obra, porque con Jojo Rabbit se le notan demasiados los hilos de una comedia prestigiosa, estudiada en el peor sentido, que especula con ser el entretenimiento inteligente y al final políticamente correcto del año. Si se la mira con atención, tiene toda la agenda política correcta y su incorrección no pasa del afiche o el tráiler.
Esta sátira política del nazismo transcurre al final de la Segunda Guerra Mundial en un pequeño pueblo donde vive el niño Jojo (Roman Griffin Davis) junto con su madre (Scarlett Johansson). Reclutado por los nazis, el niño no parece cumplir con los requisitos de fiereza que le exigen. Tiene un amigo imaginario que lo acompaña y lo aconseja. Ese amigo no es otro que Adolf Hitler, interpretado por el propio Taika Waititi, para que queda claro que no es un retrato a favor. La idea alocada se apaga demasiado rápido. Los chistes están casi todos fuera de timing, sin duda el margen de error para hacer chistes con Hitler es pequeño y la película se complica. Más graciosos son los oficiales de la Gestapo, que llegan más adelante en la historia, cuando toda la ideología está clara y ya no hay riesgo de malinterpretar al director.
El humor del comienzo se va desplazando cuando Jojo encuentra que su madre está escondiendo a Elsa (Thomasin McKenzie), una niña judía más grande que él y con la que comenzará una amistad. La película comienza a desplegar un puñado de golpes bajos y demagogia que arruina un comienzo prometedor. Incluso los personajes más interesantes terminan mostrando el plan por el Oscar del realizador. El Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell) y su subalterno Finkel (Alfie Allen) demuestran ser nazis con conciencia y son una pareja gay, como supuesto reivindicación de sus acciones. Tal vez el único personaje gracioso de todo el film, de punta a punta, es Yorki (Archie Yates), el amigo de Jojo. Varios momentos de humor funcionan, pero quedan desarmados por la mencionada especulación y los tremendos golpes bajos. Es una marca del cine actual, pero también era así hace veinte años, así que sus defectos no son solo coyunturales. No hay excusa para no animarse a una comedia que mantenga sus premisas hasta el final.