Sobre Mark Gatiss y Steven Moffat solo es necesario decir algo: son los creadores de la serie Sherlock. Los responsables de reavivar y llevar a uno de los puntos más altos de su fama a uno de los personajes más famosos y populares de todos los tiempos. Si pudieron con la creación sin igual de sir Arthur Conan Doyle, entonces cualquier proyecto en manos de ellos debe ser tomado en cuenta. Cuando anunciaron el estreno de Drácula, una miniserie basada en el libro de Bram Stoker, era razonable que se produjera un interés por el nuevo proyecto de este dúo de productores y guionistas británicos.
Los tres episodios de noventa minutos hacen acordar a la estructura de las temporadas de Sherlock, pero como esta es una miniserie, los tres episodios están conectados y tienen una estructura que cierra. Sin embargo está claro que podrían tomarse como tres películas, porque aunque parezca difícil en un principio, los tres capítulos son verdaderamente muy distintos entre sí, en particular el tercero, aunque no diremos aquí los motivos.
Volver a un clásico de todos los tiempos es un desafío. En el caso de Drácula, como antes pasó con Sherlock Holmes, la tarea es todavía más compleja, porque son clásicos sobre los cuales se ha vuelta una y otra vez, agotando, multiplicando, ramificando no solo al personaje sino su universo. Hay muchos films y series inspirados en estos personajes que ni siquiera son adaptaciones directas de ellos. Pero Gatiss y Moffat no son de esquivar los problemas y si adaptan un clásico le prestan atención. Son tan capaces de respetar como de subvertir el material en el cual se inspiran. Para bien o para mal, lo que hacen siempre es estimulante y nunca deja indiferente.
Drácula arranca con un episodio centrado en la figura de Jonathan Harker (John Hefferman), quien viaja a Transilvania para arreglar los papeles de la mudanza del Conde Drácula (Claes Bang) a Inglaterra. Este episodio respeta en su inicio el texto de Bram Stoker. Es solo un punto de partida, porque aparecen otros personajes, se cambian algunos y los noventa minutos pasan por diferentes momentos para terminar en un lugar muy diferente a lo que cualquier seguidor de Drácula puede esperar. Está Van Helsing, pero su nombre es Agatha y es una monja (interpretada magistralmente por Dolly Wells). Drácula es una figura avejentada y decrépita que va rejuveneciendo a medida que va a consumiendo a Harker. Todo esto se cuenta como un flashback. La llegada de Harker al castillo es igual a la que hemos visto en la mayoría de las adaptaciones del clásico. Incluso la idea de novela epistolar es evocada en este episodio.
El episodio dos está concentrado por completo en el viaje del Demeter hacia Inglaterra. Es interesante como logran los guionistas armar un capítulo entero con esto. A pesar de toda la modernidad estética y las ideas actuales que gobiernan una parte de la miniserie, este episodio es un clásico cuento de terror que funciona de manera brillante. Como una novela de Agatha Christie en la cual sabemos perfectamente quien es el asesino. Aun así el episodio guarda sorpresas, una vez más. Juega con los que sabemos del libro, insinuando que será respetuoso del texto y luego lanzándose lo más lejos posible. Pero insisto: siempre en un perfecto horror gótico. Aparece aquí una tensión homosexual, algo que no es del todo sorpresivo si consideramos que la sexualidad es algo propio de la novela de Bram Stoker y casi todas sus versiones cinematográficas. En La hija de Drácula (1936) la mujer del título era la protagonista y ella atacaba a las mujeres, generando tal vez sin saberlo, una de las tensiones lésbicas más notables del cine clásico. Menos inocente, la serie hace lo mismo con el Conde Drácula. Sus esclavos, sus víctimas, lo son más allá de ser hombres o mujeres y por lo tanto la tensión sexual es para todos.
Y finalmente del tercer episodio no se puede anticipar nada de nada. Sigue siendo Van Helsing, como en los dos anteriores, una antagonista perfecta. Aparece también Lucy, un personaje clave de la novela. Los trucos para mostrar la vigencia del mito vampírico crecen y la miniserie arriesga todo lo que tiene. Se las ingenia para no olvidarse de su origen y remitir cuando puede a la larga tradición de Drácula en el cine y la televisión. Tal vez en comparación el episodio tres sea inferior a los anteriores, pero lo que pierde buscando resoluciones o resolviendo conflictos de forma ingeniosa lo gana en su riesgo y su deseo por construir algo nuevo que de verdad justifique retomar el clásico victoriano publicado por primera vez en 1897. Drácula (2020) puede que sea una nueva puerta para explorar otros mitos de horror gótico en formato de miniserie. Difícil creer, luego de ver este trabajo, que estemos cerca de agotar las posibilidades que ofrecen estas historias