El club de los cinco (The Breakfast Club, 1985) es una de esas películas que marcaron a una generación. Uno de los films de adolescentes en el colegio más significativos de la historia del cine. Su responsable es John Hughes y sus primeros cuatro films fueron el sinónimo de la adolescencia en la década del ochenta. Sixteen Candles, The Breakfast Club, Weird Science y Ferris Bueller´s Day Off conforman una tetralogía que en mayor o menor medida sirve para analizar a los adolescentes de esa época, a la vez que trascienden claramente su punto de base para ir más allá. El club de los cinco es mucho más que una película con adolescentes, es otro trabajo más del director reflexionando sobre el ser humano, sus conductas, su vida en sociedad y sus angustias.
“Y estos niños a los que escupes mientras intentan cambiar sus mundos, son inmunes a tus consejos, son muy conscientes de lo que están pasando” David Bowie. Con esa frase arranca la película. Un vidrio se rompe y vemos la puerta de la escuela donde transcurrirá prácticamente toda la película, a excepción de las entradas y salidas y el famoso plano final. Los jóvenes de la película representan a todos los jóvenes, pero también la búsqueda de la identidad, la sensación de angustia frente a la soledad, la sensación de que nadie nos entiende y habitamos en nuestros mundos privados. La película juega con los estereotipos pero juntamente para mostrar que todos son iguales en algún aspecto. Todo transcurrirá en un día, el sábado 24 de marzo de 1984, donde cinco alumnos deberán pasar el día en la biblioteca del colegio donde estudian.
Los cinco estudiantes son: Allison Reynolds (Ally Sheedy), Andrew Clark (Emilio Estevez), John Bender (Judd Nelson), Brian Johnson (Anthony Michael Hall) y Claire Standish (Molly Ringwald). Allison el caso perdido, Andrew el atleta, John el criminal, Brian el alumno brillante y Claire la princesa. Clichés no accidentales que se intentan reforzar al comienza para más adelante enfatizar que pueden tener cosas que los unen. Ellos deben permanecer allí por un período de ocho horas con cincuenta y cuatro minutos (de 7:06 a 16:00). Se les asigna la redacción un ensayo no menor de mil palabras en el que cada estudiante debe escribir sobre lo que cree que es. El subdirector de la escuela, el señor Vernon (Paul Gleeson) está en una oficina a pocos metros, pero básicamente no los supervisa de cerca e irónicamente también él pierde su sábado.
En su estructura sencilla y con un espacio controlado, la película encuentra la manera de darles voz a los cinco personajes y va sumando el universo de cada uno y aquello con lo que debe lidiar. Se van descubriendo las personalidades y también la del sub director. El apunte más interesante es el portero del colegio, el encargado de limpieza, el que los mira desde el futuro. Al comienzo del film se ve una foto de él en su época de estudiante, debajo dice 1969 y encima se lee el cartel Hombre del año. Un apunte sutil pero demoledor sobre el futuro de las grandes promesas del secundario.
Muchas cosas hoy ya no podrían hacerse, porque el mundo cambió mucho en estas décadas. Pero a no confundirse, eso pasó a lo largo de toda la historia del cine. La transformación de Allison es posiblemente lo más flojo de la historia, básicamente porque no tiene mucho sentido ni justificación. Fechada pero original, liviana y profunda a la vez, El Club de los cinco funciona hoy en día perfectamente y muestra que John Hughes entendió a los adolescentes mejor que nadie en esa década. Pero más allá de los ochenta, la película sigue siendo un discurso en favor de la libertad y la comunión entre individuos diferentes y parecidos a la vez. La canción Don’t You (Forget About Me) Simple Minds será por siempre el himno que acompañe esta película, aun cuando la banda la grabó a pedido de un productor, que les dijo que sólo sería una canción más en una película olvidable. Llegó a número 1 en Estados Unidos y Canadá y el resto ya se sabe: la canción y la película entraron para siempre en la historia.