El juego del amor y del azar (1944) de Leopoldo Torres Ríos es el protagónico más importante que realizó Silvia Legrand antes de retirarse por varios años de la carrera de actriz. Se trata de un film de Leopoldo Torres Ríos, uno de los directores más importantes del cine clásico argentino. Torres Ríos había intentado años atrás un cine más arriesgado, pero el rechazo del público lo llevó a buscar propuestas más masivas. Al final de su carrera retomaría sus riesgos, pero este film de 1944 forma parte de la parte más estándar de su obra. Torres Ríos también escribió el guión y su hijo, Leopoldo Torre Nilsson fue el asistente de dirección.
Se trata de una comedia romántica basada en una obra de Pierre Carlet de Chamblain de Marivaux (1688 – 1763) novelista y dramaturgo francés, “famoso por sus piezas de enredo amoroso y galante, en las que no falta la crítica social y moral.” Este texto tuvo muchas adaptaciones posteriores, pero esta fue la primera vez que se llevó a la pantalla grande. Podría ser también una comedia de Preston Sturges, ya que la suplantación de identidad y los enredos surgidos de ello están en el centro de la trama.
Silvia (Silvia Legrand) es una chica de clase alta con una vida independiente. Su nuevo chofer (Roberto Airaldi) hace un mes que trabaja para ella. En una jornada extensa donde Silvia practica varios deportes y termina yendo a bailar, el chofer cobra valor y le confiesa su amor. Ella se sorprende pero no se enoja. Al llegar a su casa, su padre (Francisco Pablo Donadío) le dice que tiene un candidato para ella. Silvia se sorprende y ofende por esta idea, pero el padre le dice simplemente que lo piense. Ya en su cuarto, Silvia se duerme mirando un cuadro en su cuarto. Sueña que vive en el siglo XVIII.
El sueño es la comedia de enredos mencionada. Un dama va a recibir un candidato con el cual quieren casarla y, para poder observarlo sin obligación, ella y su sirvienta Lisette (Eloísa Cañizares) intercambian roles. Lo que ambas ignoran es que el candidato de nombre Dorante (interpretado por Airaldi, claro) ha hecho lo mismo con su sirviente Arlequín (Severo Fernández). Una perfecta comedia de enredos sobre una base muy clásica pero no por eso menos efectiva. Aprovechando que es un sueño el guión aprovecha para poner toda clase de chistes anacrónicos, desde poner un teléfono hasta escuchar una radio. Pero lo más graciosos son los diálogos. Silvia y su padre del sueño dialogan:
– Qué idea formidable. ¿La has copiado de una película?
– Hace dos días que no voy al cine, estoy cansada de ver películas de guerra.
O Severo Fernández diciendo que quiere un peinado que le tape un ojo, a lo Verónica Lake o con su traje del siglo XVIII usando un sifón.
Tampoco falta el apunte feminista propio de muchos films de aquellos años, donde las mujeres ocupaban roles no normativos. Recordemos que el público tenía un número mayor de mujeres que de hombres. Con confianza, Severo Fernández en su rol de falso noble le pregunta a Silvia “Cómo te va, mi hijita…” y ella contesta “Mejor cuando me respetan”. Diálogos chispeantes propios de la edad de oro del cine argentino. Los actores están todos muy bien, en particular Silvia Legrand, pero Eloísa Cañizares ya demostraba su don de actriz secundaria y Severo Fernández siempre fue, de una punta a la otra de su filmografía, uno de los actores más graciosos de la historia del cine argentino.
El juego del amor y del azar no es una de las comedias más famosas del cine argentino clásico, pero mantiene su efectividad y su humor. Tiene algunos apuntes sobre las clases sociales y un subtexto sexual que con pudor asoma en el corazón mismo de la trama. Una screwball comedy tan heredera de Hollywood como del maestro Manuel Romero. Un clásico con ritmo, muy divertido.