La fiesta inolvidable (The Party, 1968) es recordada por gran parte del público de un par de generaciones como la película más graciosa que vio en su vida. Antes de evaluar esto, lo importante es que no todas las comedias tienen esa fama, incluso aquellas que son populares y la gente recuerda con mucho cariño. Hay algo en La fiesta inolvidable, el gran clásico dirigido por Blake Edwards que impactó a muchos espectadores durante décadas. Es un punto de partida interesante para hablar de una comedia, y también la explicación de porqué hoy muchos espectadores la ven por primera vez con demasiado expectativa o muchos otros la recuerdan pero no la han vuelto a ver. Solía, hasta la década del ochenta, reestrenarse en cine, otro indicativo de su popularidad.
La fiesta inolvidable cuenta la historia de un invitado equivocado a una fiesta y la serie de desastres encadenados que esa invitación termina provocando. El invitado en cuestión es Hrundi V. Bakshi (Peter Sellers, obviamente) un actor de origen indio que acaba de arruinar una escena millonaria en un rodaje de un film de época. Le piden al productor que lo tache para siempre de cualquier trabajo en Hollywood pero él escribe su nombre en un papel que resulta contener la lista de invitados a la fiesta que él y su esposa harán en su casa. Así, de estar prohibido, pasa a ser un invitado inesperado en un instante.
La fiesta inolvidable explota perfectamente una marca de estilo de Peter Sellers: el querer tapar o disimular un contratiempo, haciendo que no pasa nada. Desde que entra a la casa con su zapato blanco sucio y lo pierde al tratar de limpiarlo con el agua que circula como una gran pileta por la casa. Bakshi tendrá docenas de problemas de los que intentará salir airoso sin que nadie lo note. Toda la maestría de Peter Sellers se despliega en esos momentos. Comedia muda con un trabajo al milímetro del actor. Peores problemas tendrá cuando intente integrarse. Claramente no conoce a nadie y nadie lo conoce a él. Las diferencias culturales lo hacen todavía más complicado. Y mientras explora la casa y la fiesta se multiplican las situaciones desopilantes en un lento pero seguro crecimiento del caos, con un par de momentos álgidos antes de pasar al final de la película que es, no hay duda alguna, el camarote de los hermanos Marx en versión fiesta.
Lo que es asombroso de La fiesta inolvidable es que el decorado gigantesco que construyeron para hacer la película (excepto el prólogo y el epílogo, claro) le permite a Blake Edwards realizar su acostumbrada puesta en escena como mecanismo de relojería, sus coreografías visuales para hacer comedias de puesta en escena. Un personaje se desplaza y nos lleva a la siguiente situación, los movimientos coordinados tienen una lógica que siempre lleva a algún lado. La película fue filmada de forma cronológica, es decir en el orden en el cual se ve en el relato. De esa manera ninguna idea comprometía la lógica de la totalidad y se podían agregar cosas a cada escena. Pero es todo tan exacto que incluso cuesta creer que tantas buenas ideas hayan podido surgir. Para los ritmos del cine actual, la película podrá parecer demasiado preciosista en su construcción visual, y no tan alocada, pero quien se siente a disfrutar del trabajo de Edwards quedará deslumbrado. Y aquí una salvedad muy importante: el ancho de pantalla en scope está utilizado en toda su magnitud. Es decir que si no la ven con el formato respetado, gran parte de los chistes no tendrán sentido o no poseerán la lógica que el director quiso imprimirles.
Varias escenas son brillantes por su puesta en escena, pero la de la mano con olor a caviar es el ejemplo más claro de cómo se puede hacer circular un gag dentro de una trama. Bakshi mete la mano en un recipiente con caviar, luego le da la mano a un personaje y le pasa el olor, aunque se ha secado la mano. Este a su vez saluda a otro y todos notan algo raro luego de saludarse. Bakshi va al baño y se lava completamente la mano para quitarse el aroma, pero al salir le da la mano a alguien que recibió ese olor, pero no de él, así que no sospecha nada. Cuando se sienta a comer vuelve a descubrir, asombrado, el olor en su mano. De esta clase de gags hay muchos en la película, todos perfectamente filmados y actuados por Edwards y Sellers.
También es muy divertido, y es pura puesta en escena, cada momento en el cual Bakshi ha cometido un error o hecho algo inapropiado y cuando intentan saber quién fue él está en la otra punta de la casa, a una imposible distancia del lugar donde estaba hasta hace un instante. Con una puesta de escena tan clara y precisa, que el personaje se vaya tan lejos sin explicación es brillante. Incluso hacia el final lo hace con la chica, lo que duplica el valor del gag al estar ambos lejos de la última barbaridad que Bakshi ha hecho. La chica es una aspirante a cantante y actriz, Michele Monet (Claudine Longet) con quien desde un comienzo Bakshi tiene conexión.
Y finalmente pasamos a lo que le dan un sentido total a la película. Hrundi V. Bakshi no solo es la persona equivocada en el lugar equivocado. Él es una persona buena de corazón noble metido en medio de una fiesta que representa todas las convenciones sociales juntas. Un espacio lleno de hipocresía e incluso maldad, donde todos juegan su juego de forma ordenada, respetando las reglas y los valores, donde nadie quiere desencajar o hacer ruido. Bakshi no pretende subvertir el orden, pero en su bondad casi infantil termina generando un caos que desmorona el juego de naipes de ese mundo en el cual ha entrado. Michele ve en él eso y por eso se siente a gusto. Ambos se conectan porque no están dispuestos a soportar las cosas injustas de los que tienen más poder. El productor acosador C. S. Divot (Gavin MacLeod) es rechazado por Michele, quien no está dispuesta a cualquier cosa para entrar en la industria del cine. Y Bakshi no duda en convertirse en héroe y desenmascarar la mentira de Divot, poniéndolo en ridículo al usar el arma de un nene para impedir que el acoso continúe. Bakshi y Michele están afuera de ese mundo, no aceptan sus reglas.
Otro que juega afuera y produce caos es el camarero Levinson (Steve Franken, en una actuación memorable) que se van emborrachando a lo largo de la fiesta y produce una larga serie de situaciones caóticas en la cocina y fuera de ella. Tiene un par de momentos de complicidad con Bakshi y parece ser un aliado secreto en la lucha por destruir esa sociedad representada en la fiesta. Levinson también conecta con Janice (Corinne Cole) la joven que está borracha desde temprano en la fiesta y que es maltratada por su pareja Davey (Buddy Lester) por ese motivo. Cuando llegue el ballet ruso y sus músicos la fiesta subirá un escalón más en el caos y comenzarán a mezclarse las costumbres sociales, para terminar con el intento de boicotear la fiesta, tardío pero igual suma y mucho, de la hija de los dueños de casa con sus amigos y un elefante.
No todos son malos o hipócritas en la fiesta, a los corazones nobles de Bakshi y Michele y los corazones borrachos de Levinson y Janice, hay que sumarle a ‘Wyoming Bill’ Kelso (Denny Miller) la estrella del western y su pareja en la fiesta, la actriz italiana Stella D’Angelo (Danielle De Metz). Aunque al comienzo Bakshi los molesta, finalmente se arma un vínculo en el cual el cowboy está del lado del indio (con el juego de palabras incluido) y cierra cuando le regala una foto autografiada y un sombrero Stetson. Ese sombrero que es el broche final para decretar que Bakshi es el héroe de la película. Ese sombrero que significará también el final feliz cuando se lo dé a Michele, la heroína de la película, y ambos prometan reencontrarse.
Comencé diciendo que algunos consideran que La fiesta inolvidable es la película más graciosa que vieron en su vida. Otros podrán decir que muestra la caída de un viejo paradigma y el ascenso de una nueva generación. También podrán decir que es ver el show de Blake Edwards y Peter Sellers en su máximo esplendor. Puede que todo eso sea verdad. Pero más que una película graciosa -claro que lo es- lo que hoy veo en La fiesta inolvidable es que es una película feliz. En esta época, como en cualquier otra, una película capaz de transmitir felicidad genuina es algo que vale la pena rescatar. La fiesta es, sin duda, inolvidable.