El documental es un gran género. Sus posibilidades son infinitas. El documental Los versos salvados, del montevideano Gabriel Szollosy, narra la historia en primera persona de Celina Galeano, militante en los 70 que debió dar a luz en cautiverio, perdió a su esposo (hoy desaparecido) y se mueve entre el dolor de lo vivido y la responsabilidad que siente por continuar aún con vida. La recuperación de esa memoria y la culpa que la sobrevuela son uno de los ejes del film.
Ningún tema está agotado hasta que los espectadores dejen de interesarse en esos temas. Pero en Argentina esos documentales no tienen espectadores, su consumo es mínimo y su existencia es casi desconocida. Aun así, quien quiera tratar el tema para construir una memoria audiovisual de los horrores de aquellos años, está en todo su derecho de hacerlo. ¿Pero cómo lograr que alguien se interesa? ¿Cómo conseguir que la película rompa la barrera de un espacio mínimo donde todos conocen las historias?
No es culpa de Los versos salvados formar parte de esa multitud de films y si alguien de forma honesta desea contar una historia, puede hacerlo. Cada cineasta busca hacer la diferencia, la inmensa mayoría no lo logrará, pero eso pasa con todos los temas y todos los géneros de la historia del cine. La película hace un intento genuino de cuidar la estética y narrar de la manera más eficiente la historia que quiere contar. Pero todo, absolutamente todo, se ve parecido a lo conocido, más allá del eje central vinculado con la escritura y la poesía. Más que una reconstrucción de la memoria estos films conforman una catarsis que no tiene fin. Nadie se pregunta ni se cuestiona realmente nada. El gran problema de estos documentales es que no tienen matices, ni complejidades, algo le falta a este cine y los cineastas en estos últimos años parecen alejarse cada vez más de una mirada profunda y compleja.