En una vieja grabación en video, el artista polaco-americano Stanislav Szukalski (1893-1987) habla apasionadamente acerca de su vida y trabajo. Al empezar el documental es probable que esa imagen sea la primera noticia que tenga el espectador acerca de este polifacético, megalómano y enérgico artista olvidado. Las imágenes las tomó un admirador convertido en amigo de Szukalski, Glenn Bray, coleccionista de arte que descubrió de a casualidad al escultor y decidió registrar la mayor cantidad posible de testimonios acerca de su enorme, singular y perdida obra como artista total.
Stanislav Szukalski fue registrado en la década del ochenta pero la película se ha realizado cuarenta años después. En ese momento él ya era anciano y no solo había dejado su esplendor décadas atrás, también había pasado a una etapa en la cual intentaba construir una teoría sobre el universo, tan ambiciosa y como delirante. Todo quedó, por suerte, registrado. La película busca en el presente los testimonios de todos los que lo conocieron y reconstruye toda su vida, abarcando desde sus comienzos como artista, pasando por su esplendor de artista nacional polaco hasta llegar a su decadencia y olvido.
Uno de los admiradores de Stanislav Szukalski, y que aparece dando testimonio, es George Di Caprio, artista del comic underground y padre del actor Leonardo Di Caprio, productor del documental. Todos los amigos y seguidores de Szukalski pertenecen a ese círculo, pero en la actualidad quienes dan testimonio de la vida del escultor son historiadores y expertos, tanto en Estados Unidos como en Polonia.
Stanislav Szukalski es un personaje apasionante. Está completamente chiflado, se le nota una megalomanía fuera de control, pero aun así tiene mucho para decir y ha vivido una vida fuera de serie. Su vínculo con el poder y la política, los vaivenes ideológicos de él pero también del mundo y del arte son el eje del documental. También se ve como derriban estatuas y borrar historias es parte de un error constante que la humanidad sufre y le hace cometer siempre los mismos errores. Mucho más hay en este documental producido para Netflix, narrado con profesionalismo y habilidad, pero que ha contado con la ayuda de un grupo de jóvenes artistas del underground que admiraban profundamente a Stanislav Szukalski. Ese afecto con el cual lo escucharon y grabaron en la década del ochenta es lo que hace la diferencia en la película.