Peliculas

Casa de mi padre

De: Matt Piamonte

Cada crítica de un film producido por Will Ferrell debe empezar con una aclaración importante: estamos frente a uno de los genios de la comedia cinematográfica. Listo, dicho esto, pasemos a analizar uno de los films más demenciales que protagonizó, tal vez el más demencial de todos: Casa de mi padre.

La película juega con varios niveles al mismo tiempo, algo habitual en las producciones de Will Ferrell y su socio Adam McKay. Una voz en off en inglés (Nada menos que Kris Kristofferson) dice: “If it sounds Spanish, man, that’s what it is; it’s a Spanish movie” y lo que sigue es una película hablada en castellano. Todos los personajes, salvo cuando aparecen norteamericanos, hablan en castellano, puntualmente mexicano. Entre ellos, Will Ferrell, quien habla en castellano porque su personaje, como casi todos, es mexicano. Así, de la nada, Will Ferrell aparece hablando en un excelente castellano y con muy poco acento. La situación es completamente delirante, como lo es toda la película.

Will Ferrell interpreta a Armando Álvarez, el hijo un poderoso ranchero mexicano (Pedro Armendáriz Jr.). Su padre lo desprecia y ambos conservan la herida de la muerte de la madre de Armando. Su hermano Raúl (Diego Luna) regresa como el hijo pródigo y con él trae a su prometida, Sonia (Génesis Rodríguez). Pero Raúl parece andar en negocios con el narcotráfico y con él viene una amenaza para toda la familia. El narco más poderoso del lugar, Onza (Gael García Bernal) entrará en batalla con los Álvarez. Sonia, por su lado, se siente atraída por Armando y no ama a Raúl. El drama está servido. Claro que no es un drama, es una comedia, pero nadie actúa como si lo fuera, lo que es la base de todo el humor del film.

La película arranca con la canción que lleva el título del film y que interpreta Cristina Aguilera. Luego vemos a Ferrell interpretando a un personaje que claramente debería ser interpretado por un actor de al menos veinte años menos. Ferrell lo hace siempre y sigue siendo gracioso en eso. Todos actúan como en una telenovela, pero a la vez parece un melodrama clásico y cada vez que puede nos recuerda que su interés por el realismo es nulo. Los detalles culturales, las reflexiones sobre México, Estados Unidos, pero también sobre el lenguaje del cine y los códigos de género, se multiplican y es difícil seguir todo. Pero lo que sí queda claro es que no hay manera de adivinar lo que puede pasar en una película de Will Ferrell. En la sorpresa, el riesgo, la novedad y la locura es que está la esencia de su cine. Por eso sus comedias no solo son graciosas, también recuperan una forma de arte que siempre corre riesgo de desaparecer.