Fernando Ferro (Adrián Suar) es un traumatólogo que lleva una doble vida. De lunes a jueves, convive desde hace diecinueve años en Mar del Plata con su esposa Paula (Gabriela Toscano), maestra jardinera, con la que tiene dos hijas adolescentes. De viernes a domingo tiene otra pareja oficial en la Ciudad de Buenos Aires, cuyo nombre es Vera (Soledad Villamil), una especialista en nefrología con la que está desde hace nueve años y con la que tiene un hijo de seis años.
Esta comedia acerca de un bígamo se ve un poco fuera de época, una de esas películas que pudieron tener algo de gracia en el cine de la década del sesenta o setenta, donde podía despertar cierto interés una temática como esta. En el año 2020 sentir algún tipo de empatía por un personaje así es prácticamente imposible. Pero no hay reglas para el cine y si el guión le hubiera encontrado la vuelta, tal vez podría haber convencido a alguien.
Pero al terminar la película la conclusión que se saca es que si no se le pude dar un buen film a una historia, mejor no filmarla. Si la comedia se ve televisiva, antigua y por su mal timing algo fuera de ritmo, esto puede obedecer a una forma demodé de entender el cine, pero que el desenlace sea tan pobre y decepcionante, solo responde a que no supieron como terminar esta historia.
¿Y por qué no funciona? Por lo dicho anteriormente. Una comedia que responde a un paradigma de otra época requiere una renovación. Pero como esa renovación no es fuerte, ni tiene convicción alguna, entonces la película no toma la decisión de sostener al protagonista o ir contra él de manera clara, para reivindicar a las dos mujeres engañadas. Todos los personajes son estereotipos televisivos de hace décadas y los subrayados de personalidad dan un poco de pena. Adrián Suar consigue sacar algunas risas cuando se las ingenia para resolver él, con su simpatía, alguna situación. Alan Sabbagh es el único que tiene timing y estilo de comedia clásica, afilado, veloz y sin sobreactuación. Toscano y Villamil no son aprovechadas de ninguna manera, más bien todo lo contrario.
Para los que quieran saber cuántas marcas pueden aparecer de forma obvia en una película, Corazón loco es casi un manual. Algunas tienen sentido dramático, como Atalaya o Havanna, otras son un golpe en el ojo por lo forzada que está su aparición. Aun así, esto no es grave, solo molesto. Molestia menor en comparación con los baches de guión y arbitrariedades varias. Y si el espectador cree que hay un exceso en el uso de drones en las series y películas actuales, luego de ver esta película confirmará su creencia. El actor y productor Adrián Suar ha hecho películas buenas y malas, siempre con ganas de ofrecer un producto prolijo y taquillero. Este título está, además, entre las más aburridas.