Charlie Kaufman, es casi una leyenda en el mundo del guión de cine. Autor de ¿Quieres ser John Malkovich? (1999), Human Nature (2001), El ladrón de orquídeas (2002), Confesiones de una mente peligrosa (2002) y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), su trabajo es admirado y respetado como pocos en la industria del cine y en los círculos críticos. Es común que los guionistas no siempre queden conformes con aquellos que sus guiones terminan siendo y Kaufman es un caso de autor que se pasa también a la dirección. Pienso en el final (cuyo título original es I’m Thinking of Ending Things) es su tercera película como director luego Synecdoche, New York (2008) y Anomalisa (2015). A veces parece un lugar común, pero Kaufman cae en el mismo lugar que han caído otros guionistas directores o actores que se pasaron a la dirección. No tiene alguien que equilibre sus ideas como escritor y el resultado es inferior al de los films que ha escrito.
La película de Kaufman tiene muchos trucos y el espectador atento los descubrirá a medida que avanza la trama. Las señales son muchas y aunque no son del todo claras al comienzo, sí lo son luego del primer tercio. Una sinopsis superficial de lo que se ve sería que una joven viaja, con mucha desconfianza, junto a su novio, a la granja de los padres de este, en medio de un clima inhóspito en plena tormenta de nieve. Sus pensamientos, pesimistas y oscuros, acompañan el largo viaje hasta llegar a conocer a sus suegros. Pero nada es lo que parece, algo que se irá entendiendo hasta llegar al final de la película.
Charlie Kaufman realiza acá un juego muy parecido al cine de David Lynch. Aunque la película se basa en un libro, su inspiración lynchiana atraviesa todo el relato. La granja y la cena es por momentos Eraserhead (1977) y lo enredado de la trama parece sacado de Mulholland Drive (2001). Entre el comienzo de David Lynch y el punto más sofisticado de su carrera, parece ubicarse la película de Charlie Kaufman. El resultado, esto hay que anticiparlo, dista mucho en calidad con respecto a las ambiciones del director.
En un mundo donde las películas tienen pocas ideas o todo se rige por correcciones políticas y acuerdos de mercado, puede sonar un poco injusto caerle con todo a un cineasta que está lleno de ideas. Pero no solo es la cantidad de ideas lo que hay que valorar, sino como las plasma. Hay algo poco auténtico en las ideas de Kaufman, hay una distancia que nunca termina de producir algo en los personajes. Una forma de ver y filmar que lo coloca más cerca de la pedantería que de una genuina idea misántropa del mundo. Su pesimismo, incluso, está tan subrayado que resulta algo chocante, como una subestimación del espectador.
También parece una evocación de Cuando huye el día (1957) de Ingmar Bergman. Pero a diferencia de lo que hizo Woody Allen al imitar al director sueco en Los secretos de Harry (1997), Kaufman es más solemne y produce lo que el crítico Andrew Sarris llamaría un “Instant Bergman”. Una imitación superficial más que otra cosa.
Lo más sorprendente es Charlie Kaufman es la dirección de actores. Los padres del protagonista están en tono imposible, directamente insufrible. Está justificado en parte por la trama, ya que salvo su novia y el conserje, el resto de los roles secundarios tienen un tono más bien grotesco. Sí, todas las pistas que explican la película están allí, como ocurría con la mencionada Mulholland Drive, pero a diferencia de esa película, Pienso en el final no tiene encanto ni gracia. Tampoco el impacto emocional y dramático. Para cuando la película alcanza sus escenas más interesantes, ya ha pasado casi una hora de película y los eternos momentos en el auto muestran una película más aferrada a la fuerza de los diálogos que a la narración cinematográfica.