12 hombres en pugna es un guión de Reginald Rose, autor de televisión quién para el ciclo Studio One in Hollywood escribió la historia en 1954 y luego adaptó al teatro debido al gran impacto que tuvo. Tres años más tarde se estrenaba la versión cinematográfica que todos conocen, protagonizada por Henry Fonda y dirigida por el realizador de televisión Sidney Lumet, quien debutó con este largometraje y comenzó así una prestigiosa carrera en el cine. Desde entonces, muchas otras adaptaciones del texto se hicieron para cine y para televisión, ajustando detalles a cada época y país en el cuál se realizaba la versión.
Un jurado debe dictaminar si un muchacho de dieciocho años es culpable o inocente del homicidio premeditado de su padre. De ser hallado culpable, será sentenciado a muerte. Si los jurados tienen alguna duda razonable de la culpabilidad, su veredicto debe ser inocente. Cuando comienza la deliberación, parece que hay unanimidad y todo se resolverá en cinco minutos. Pero entonces el jurado 8, Henry Fonda, vota inocente (No guilty-no culpable) y allí comienza el drama que atraviesa toda la historia.
Como si se tratara de la llamada Regla del décimo hombre, donde alguien asume la mirada contraria a la de un grupo para poder evitar que un único pensamiento sin análisis domine al grupo, el sentido común de este jurado número ocho provocará el debate, generando tensiones que irán creciendo poco a poco. Algunos personajes tienen motivos personales para su decisión, otros actúan por prejuicio o comodidad, y otros simplemente están convencidos. Cada vez que el jurado ocho argumento, la certeza de alguno será puesta en duda.
Sidney Lumet sabe que la teatralidad puede ser su gran enemigo y busca una puesta en escena que sería inconcebible en un espacio teatral. Solo unos pocos minutos ocurren fuera de la sala donde el jurado debate. En esos breves momentos no se ve a los abogados defensores, ni al fiscal, ni a los testigos. Solo el juez con sus asistentes y un primer plano del acusado cuando el jurado se retira. Eso es todo lo que tendrá el espectador, que deberá escuchar los argumentos sin tener ninguna otra información externa.
Los jurados están interpretados por actores cuyas carreras eran en ese momento importantes o lo serían más tarde. Solo Henry Fonda tiene categoría de estrella clase A, lo que vuelve más lógico que tenga más peso para argumentar a los ojos del espectador. Los jurados son, numerados de 1 a 12 y siempre sentados en las mismas sillas, para ordenar el debate y también al espectador: Martin Balsam (el presidente del jurado), John Fiedler, Lee J. Cobb, E. G. Marshall, Jack Klugman, Edward Binns, Jack Warden, Henry Fonda, Joseph Sweeney, Ed Begley, George Voskovec y Robert Webber. Pertenecen a diferentes clases sociales y tienen distintas ocupaciones. Las diferentes miradas sobre el caso hablan más de los jurados que del crimen en sí mismo. Esto no es casual, es completamente intencional.
La cámara se va acercando para lograr una creciente sensación de claustrofobia. El calor agobiante y le ventilador que no anda también forma parte de ese drama que crece y crece. El sentido común pelea contra los prejuicios, los más decididos a encontrar culpable al acusado pierden la calma rápidamente, excepto el corredor de bolsa, quien además nunca se saca el saco y tampoco suda. Cada detalle está subrayado para cada posterior cambio de ritmo. Lumet sabe que en el teatro no tiene primeros planos ni montaje de planos detalle, así que usa todo lo que puede con resultados excelentes.
Pero la apuesta es grande y la película pone la vara muy alta al estar noventa minutos dentro de un mismo decorado. Se pasan volando, la historia está muy bien contada, pero solo dos detalles parecen ir en contra de la búsqueda cinematográfica. Cuando el jurado diez delata su racismo, la cámara toma a los demás jurados levantándose de la mesa y dándole la espalda. Es un momento de una teatralidad que rompe toda la lógica del film. Es falso, solemne y feo. Luego la cámara retoma la acción y se acerca, borrando la fea sensación del momento. Conceptualmente es claro que quiere decir que no se puede debatir con un racista, pero visualmente se vuelve una pose. Más tarde, el jurado tres (Lee J. Cobb), quien había mostrado un conflicto pendiente con su propio hijo, vuelve sobre ese tema y parece que todo lo que hizo fue por ese motivo. Es otro subrayado que la película no evita y tampoco queda bien.
Pero en general todos los actores están muy bien, las escenas bien resueltas, el jurado nueve, el más viejo, muestra inteligencia y honradez, como el jurado once, relojero inmigrante que respeta y valora más la democracia y el respeto que cualquiera de los otros. En general está muy lograda la película. Se le perdonan también las muchas licencias poéticas que se toma en nombre del drama cinematográfico, pasando por momentos que hubieran significado la suspensión de toda la deliberación. Hay muchas sutilezas escondidas y hallazgos de cosas mínimas que aun en un espacio tan reducido se mantienen sutiles, como el uso de lentes a lo largo de la trama, robándole espacio a los personajes, aumentado esto por un cámara cada vez más baja.
El final en un enorme espacio abierto es la vuelta a la vida luego del profundo debate que acaban de protagonizar los personajes. Habiendo una duda razonable, no se puede resolver en cinco minutos el destino de la vida de un ser humano. Un intenso despliegue de ideas, valores, sueños y prejuicios consiguen mostrarse en esta corta película. El drama está bien marcado y es efectivo. Una película estudiada y copiada cientos de veces y que siendo de 1957 parece adelantarse algunos años a su época.