Borat: Subsequent Moviefilm (2020) es la secuela de la película Borat (2006) que convirtió a Sacha Baron Cohen en una estrella. Mismo espíritu e ideas, aunque por supuesto ya no está la sorpresa del film original, porque todos los espectadores conocemos al actor. Aun así, la situación política de Estados Unidos y el mundo se ha vuelto tan inesperadamente absurda y peligrosa, que el personaje del periodista de Kazajistán recobra fuerza y eleva el nivel de la comedia y su desafío una vez más. Tan arriesgada sabe ser la película en su plan que está filmada en el 2020, el año de la pandemia de Covid-19.
Como siempre, es difícil la línea entre lo real y lo construido, entre lo pactado y lo hecho de forma sorpresiva. A veces no es tan complicado, pero en otras se notan los trucos para armar un guión. No importa, los grandes momentos son abrumadores y no cuentan con mucha complicidad de los involucrados. Hay momentos incluso donde se nota el nivel de riesgo que la situación implica. En un año tan tenso para Estados Unidos, el humor llevado al límite y la sensación de burla a la que se somete a los personajes es un verdadero desafío a la idea de comedia. Desafío bienvenido, por supuesto, aunque comulgue uno o no con esta clase de rodajes.
Sacha Baron Cohen es gracioso y consigue hacer reír. Empieza la película condenado a trabajos forzados y es sacado de la cárcel para enviarle al gobierno norteamericano un regalo. Borat fue condenado por haber convertido a su país en el hazmerreír del mundo pero le dan una segunda oportunidad. Deberá llevarle a Mike Pence, vicepresidente de Estados Unidos, un obsequio de buena voluntad. Las cosas se complicarán y Borat deberá improvisar sobre la marcha.
En su viaje por Estados Unidos pasará por diferentes espacio ultraconservadores, armando nuevamente las escenas de vergüenza ajena más molestas que la comedia contemporánea ha dado. Se verá la cara oculta de Estados Unidos pero también encontrará varios personajes más nobles y tolerantes. Tal vez en esta segunda parte se ve más claramente la agenda política del actor, lo que perjudica en varias escenas el genuino delirio del cual es capaz. Una vez más: la maestría de la película está en mezclar lo documental con la ficción a toda velocidad, borrando todos los límites.
Aparecen varios personajes de la política, claro, incluyendo a Mike Pence y a Rudolph Giuliani, este último envuelto en un escándalo debido justamente a las imágenes que aparecen en esta película. Ese es un ejemplo perfecto de lo que pasa en Borat 2. Sin duda él es víctima de una trampa, pero al mismo tiempo las cosas que dice y hace no fueron inventadas por los realizadores del film, sino que son exclusivamente responsabilidad de Giuliani. Y cuando Mike Pence dice que Estados Unidos tiene completamente controlado el virus no es una parodia, es lo que él mismo dijo en aquel momento, antes de que virus diera la vuelta al mundo y golpeara duramente a Estados Unidos.
Dos cosas son sorprendentes en la película. Borat convive varios días con dos hombres que se recluyeron en su cabaña porque creen en todas las teorías conspirativas que existen. Sacha Baron Cohen actuó su personaje durante esos días. Lo interesante es que este par de personajes insólitos no son mostrados con maldad, sino casi con cierta piedad. Todo termina en un evento y Borat cantando una canción abiertamente nazi, algo que incluso a los dos delirantes les resulta chocante. La otra escena compleja es cuando la hija del protagonista se entera por entrar por primera vez a Facebook que el Holocausto no existe. Borat, devastado por la mala noticia, va disfrazado a una sinagoga donde habla con una mujer sobreviviente de la Shoah, quien le confirma que el Holocausto si existió. Aliviado y feliz, se va a corriendo a darle las buenas nuevas a su hija. Es una gran escena, porque su personaje es antisemita, pero la película se planta contra el negacionismo. Es un momento inteligente y emocionante, aunque se suma a la larga lista de escenas que trajeron problemas.
Sacha Baron Cohen, a través de Borat, realiza una comedia que reemplaza a los documentales de Michael Moore de veinte años atrás. La diferencia es que esto es abiertamente una comedia y la bajada de línea está llena de matices complejos que no subestiman la inteligencia del espectador. Aun así se trata de un film político bastante definido. La película tiene un final que es absolutamente extraordinario, cuando se descubre una verdad inesperada. Pero luego un epílogo que es políticamente correcto. Sin embargo, para los que vivimos en países donde el cine se dedica a festejar el poder en lugar de cuestionarlo, esa corrección política es, de todas maneras, un aire de libertad que no conocemos. Tal vez todo el cine de Hollywood hoy apunta en una misma dirección y por eso la valentía de esta película es a medias, pero en el camino hace tantas jugadas provocadoras que se gana el derecho de ser vista. Cuestiona al gobierno del país donde se hizo y lo hace en medio de un año de Covid-19 y protestas masivas. Mostrando imágenes y exponiendo discursos que de no estar grabados parecerían mentira. No está cerrada al debate, más bien todo lo contrario, cualquier espectador puede discutir y analizar los recursos y las ideas de la película.