Roman J. Israel (Denzel Washington) es socio de una pequeña firma de abogados en Los Ángeles. Cobra un pequeño sueldo y hace el trabajo de oficina, enfocado en particular en los derechos civiles. Es su socio el que va a tribunales. Pero un día su prestigioso asociado sufre un infarto grave y Roman queda solo. La familia de su socio le informa que todos los casos serán cedidos a un estudio mucho más grande y que la oficina se cerrará.
Roman, un genio con una memoria asombrosa que serviría para cualquier estudio, no ve con buenos ojos trabajar para el ambicioso abogado George Pierce (Colin Farrell), antiguo alumno y amigo del viejo socio que ahora está en el hospital sin esperanzas de retorno. Roman decide buscar otro trabajo y se acerca a un grupo enfocado en los derechos civiles. Allí conoce a Maya (Carmen Ejogo), una joven luchadora por la igualdad de derechos y que se interesa en contratar a Roman para su empresa.
Roman tiene frente a sí dos caminos, el gran estudio de abogados y el de su vieja lucha por cambiar el mundo. El personaje entrará en crisis a toda velocidad y los eventos se enredarán, llevándolo a tomar decisiones inesperadas y sin retorno. La película describe de manera minuciosa al personaje, pero esto se debe a Denzel Washington, quien compone un excelente Roman J. Israel. Alguien que no ha podido plasmar su genio y su valentía en la realidad, desperdiciando su potencial hasta el momento.
Pero al mismo tiempo el guión arma unas vueltas de tuerca un tanto apresuradas y torpes, alejando al personaje de los espectadores. Son más complejos los secundarios que el protagonista al final de la historia, o al menos tienen ideas un poco más claras. Es muy raro como ese personaje que uno va a entiendo al comienzo se vuelve algo incomprensible al final. Un enorme actor, rodeado de grandes actores, pero perdido en un guión que parece haber sido cambiado sobre la marcha.