Aunque lo hace desde hace mucho tiempo, en esta última década los estudios Disney parecen concentrados en realizar remakes con actores de sus clásicos de animación. De todos, al parecer, uno por uno hasta que no quede ninguno sin volver a realizar. En una época Disney lograba el éxito de sus films teniendo un control de la exhibición, lo que permitía que cada nueva generación viera sus películas como si fueran estrenos. Ahora todo está disponible y las películas fueron vistas por todos. ¿Qué se hace? Se las vuelve a realizar pero ahora con actores de carne y hueso, o algo así.
Este juego de las remakes lleva a la comparación entre películas casi de manera inevitable. Pero si todos estuvieran viendo hoy el clásico de Disney la remake no tendría sentido, los números indican que la mayoría de los que hoy ve esta película no ha visto o no recuerda la película anterior. El ejercicio de la comparación puede parecer inevitable, pero si se logra saltearlo a veces la remake cobra vida propia y se la puede analizar como un film completamente nuevo y no una derivación. Las comparaciones siempre son un arma de doble filo.
La dama y el vagabundo cuenta la historia de un matrimonio que tiene una hermosa perra llamada Lady. Con la llegada de un bebé, el animal es desplazado y vive una serie de aventuras que incluyen conocer a Vagabundo, un perro callejero. Juntos escaparán de peligros y del principal villano del film, el hombre de la perrera, que hará todo lo posible por capturarlos. Hay que aclarar que la película transcurre en 1909, en Savannah, Georgia. La dirección de arte es prolija y demodé, como todo el tono del film. No porque sea un film de época, sino porque emula un mundo idealizado propio del cine de hace setenta años.
El matrimonio interracial que protagoniza la película estaba prohibido en aquel momento. Cabe preguntarse si este concepto de saltearse este detalle sirve o no sirve a dejar del lado el racismo. En un mundo ideal y feliz como el que la película muestra, tal vez la negación del racismo puede ser pasada por alto, pero incluso el espectador más distraído, acostumbrado a escuchar historias de racismo en Estados Unidos, podrá hacerse la misma pregunta. Los actores están bien y son una pareja tan eficaz como insulsa, al mejor uso de una película lavada y sin gracia.
Mezcla de perros reales y animación digital, la película ofrece lo peor de ambos mundos. Ni son tan lindos los perros reales, ni son tan buenos los perros digitales. Las actuaciones de los canes van de distraídas a petrificadas, como si no supieran sus líneas de diálogo o no hubieran ensayado correctamente sus partes. A pesar de que no son estrellas, se los ve algo distantes y por momentos creídos de sí mismos. Ahí está, en una escena, el ganador del Oscar humano F. Murray Abraham, sirviéndole a las mascotas sus espaguetis con albóndigas. La vida sabe ser cruel con los perros callejeros y los actores que tienen que seguir trabajando.
Si no tuviera el sello de Disney al comienzo y un clásico que justifica su existencia, La dama y el vagabundo (2019) sería una film muy pequeño, perdido en el servicio de cable de hace unos años. Por algo pasó directo a Disney+ y no quiso más nada. Tiene algunos buenos chistes, como se puede esperar de cualquier perro al que se le inventa un diálogo brillante, y algunos apuntes interesantes perdidos en uno de los productos menos destacables en esta furiosa ola de remakes con la que los estudios Disney salieron a destruir su propia historia.