Maximiliano (Demián Salomón) es un psiquiatra que sufre extrañas visiones de su pasado. El joven se crió en un orfanato que abandonó para vivir en la gran ciudad. Al morir su padre adoptivo regresa al pueblo de su infancia, donde se reunirá con sus hermanos y descubrirá un secreto que su familia guarda en la oscuridad. Lo que parece un drama familiar con un protagonista acosado por su pasado, se tuerce poco a poco para convertirse en un film de terror. La pesadilla de los pequeños pueblos que supo ser un espacio habitual en el cine de terror aquí es recuperada con el mismo espíritu.
El género protege a la historia pero no logra cubrir las falencias narrativas y la siempre presente sensación del esfuerzo por generar los picos dramáticos de la narración. Al cine argentino de terror le falta fluir, verse natural, impactar sin que veamos al director en cada toma tratando de realizar la película. Esto desconcentra y culmina, como es habitual, con esa distancia que producen esta clase de películas nacionales. Nunca vemos una película de terror, sino un grupo de gente haciendo una película de terror. Las lecturas sociales o políticas que el film pueda tener, no pueden ser profundizadas porque nos quedamos luchando en la superficie de la realización.